Vencido el general Santa Anna por sus desaciertos y por la tenacidad de sus opositores, abandonó el poder que tanto amaba, para no regresar a él jamás. Había sido su última aparición en el escenario político de su país, en el que fue por muchos años una primera figura.
Los vencedores se reunieron en Cuernavaca y acordaron que el general Juan Alvarez fuera Presidente interino, en tanto se convocaba el Congreso constituyente, se aprobaba la nueva Constitución y, con apego a ella, se elegía el Presidente de la República.
El general Alvarez nombró inmediatamente a sus Ministros: Melchor Ocampo, de Relaciones; Benito Juárez, de Justicia, Negocios Eclesiásticos e Instrucción Pública; Miguel M. Arrioja, de Gobernación; Guillermo Prieto, de Hacienda; Ponciano Arriaga, de Fomento; y el general Ignacio Comonfort, de Guerra.
En este gabinete predominaban los liberales radicales o "puros", como empezaba a llamárseles; sólo el general Comonfort pertenecía a la tendencia moderada, pero tenía el poder de las armas que acababan de triunfar sobre el ejército santanista. Esta circunstancia equilibraba las fuerzas en el gabinete.
El general Comonfort era un liberal honrado y decidido, pero no creía en la conveniencia de aplicar medidas radicales en la:administración del país; abrigaba serios temores de que, al afectar intereses de la Iglesia, el ejército y los terratenientes, estos volvieran a las vías de hecho y se ensangrentara de nuevo el suelo patrio.
Los liberales "puros" tenían los mismos temores, pero estaban convencidos de que era preciso ir al fondo de las causas, atacar los problemas en su raíz, y enfrentarse en las consecuencias que pudieran presentarse. "Más vale una guerra que diez" , decían; y se disponían al combate frontal.
Melchor Ocampo representaba en aquellos momentos las ideas más radicales. Estaba impaciente de dar la pelea definitiva, y no aceptaba ninguna dilación y mucho menos la transacción con el enemigo, en ningún punto. ¿Y cuál era el enemigo? Ya lo había declarado en numerosas ocasiones: el clero, el ejército, los terratenientes y la burocracia.
El Ministro de la Guerra propuso que el Consejo se reestructurara para dar cabida a representantes del clero, que "garantizaran" los intereses de la Institución. Aquello pareció inaudito, inconveniente e impolítico a los demás Ministros, sobre todo a Ocampo, quien tuvo una discusión muy áspera con el general.
Definidos los campos, no quedaba sino escoger entre la transacción o la firmeza. El gabinete pudo haber superado la crisis con una votación; pero tal parece que el mismo Presidente Álvarez se inclinaba por las opiniones de Comonfort, y Ocampo presentó su renuncia.
Sus compañeros del grupo liberal radical pretendieron disuadido de su resolución, pero él se mantuvo firme. Todavía se discutieron los términos de su renuncia; se quería que no expresara los veraderos motivos para no provocar desconcierto en la opinión pública, pero tampoco lograron que Ocampo modificara los términos.
"Ahora comienzo ya a comprender la situación, y por las últimas y muy dilatadas conferencias que he tenido con el Sr. Ministro de la Guerra, he sabido entre otras cosas, el verdadero camino que sigue la presente revolución. Yo lo suponía ya, pero no puedo dudado cuando el mismo Señor Ministro me lo ha explicado. Entonces, y muy detenida y fríamente, hemos discutido nuestros medios de acción, y yo he reconocido que son inconciliables, aunque el fin que nos proponemos sea el mismo" .
Algunos de sus compañeros no estaban conformes con su separación, o querían acompañado en la renuncia. Escribió juárez: "El señor Prieto y yo manifestamos también nuestra determinación de separamos; pero a instancias del señor Presidente y por la consideración de que en aquellos momentos era muy difícil la formación de un nuevo gabinete, nos resolvimos a continuar" .
Como apareciera en la prensa una afirmación peregrina: que el general Comonfort era partidario de "las primitivas tendencias de la revolución", para que no se creyera que Ocampo había salido del gabinete por oponerse a esas tendencias, publicó un opúsculo con el nombre de Mis quince días de Ministro. Este documento resulta, sin hipérbole, un testimonio fundamental para la historia de este periodo. Con gran agudeza política, Ocampo examina las posiciones de los partidos en la sociedad mexicana. Conservadores y liberales, puros y moderados, clero y ejército, acaudalados y proletarios, en pugnas internas, en un periodo definitivo de la nación.
La intransigencia de Ocampo había sido manifestada antes, en otros actos de su vida. Cumplía con su apotegma estoico: "Me quiebro pero no me doblo". Un carácter, una lección, la defensa de un programa de reformas, una posición vertical ante la simulación y las transacciones con el enemigo.
Obras Completas de Don Melchor Ocampo, Tomo IV. Raúl Arreola Cortés.
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