domingo, 20 de junio de 2010

Carlos Motemayor



El Premio Nacional de Ciencias y Artes 2009 murió ayer tras ardua lucha contra el cáncer

Carlos Montemayor deja una vida de creación y compromiso

Su pasión por el habla castellana e indígena lo llevó a ser parte de la Academia Mexicana de la Lengua

Como articulista de este diario cumplió el compromiso de contrastar las versiones oficiales sobre la realidad social

El poeta también desarrolló como tenor su pasión por la música


El escritor Carlos Montemayor, premio Nacional de Ciencias y Artes 2009, falleció, tranquilo y sin sufrimiento, este domingo a las 3:35 de la madrugada, luego de ardua batalla contra el cáncer que lo aquejó los últimos meses. Estuvo siempre acompañado por su familia: Susana de la Garza, esposa; Victoria, Alejandra, jimena y Emilio, sus hijos.

De acuerdo con sus deseos, no se realizaron funerales, fue cremado ayer mismo y sus cenizas llevadas por la tarde a la Academia Mexicana de la Lengua, donde recibió una emotiva despedida de colegas, amigos, familiares y, sobre todo, de aquellos que compartieron con él sus ideales.

Escritor, ensayista, poeta, tenor, puntual crítico de la política social y cultural del país, nació el 13 de junio de 1947, en Parral, Chihuahua, donde desde la infancia cultivó gran amistad con escritores como Víctor Hugo Rascón Banda (1948-2008) e Ignacio Solares, quien suele recordar la anécdota de un pulcro niño Montemayor que llegaba a jugar con ellos, con un par de relucientes pistolas de juguete, negándose a hacer pasteles de lodo y pidiendo en cambio: ¿no tienen un poco de ese material masticable que tienen en la boca que me conviden?, en lugar de chicle.

Este cuate seguro será académico de la lengua, bromeaban entonces sus amigos. No se equivocaban. Su pasión por la sonoridad no sólo del habla castellana, sino de los diversos idiomas indígenas de América, llevó al ensayista a ocupar un lugar en la Academia Mexicana de la Lengua, en la Real Academia Española y a ser un incansable promotor de la poesía maya, zapoteca, náhuatl, guaraní y totonaca, entre otras.

Referente de análisis social

Estudió la licenciatura en derecho y la maestría en letras iberoamericanas en la Universidad Nacional Autónoma de México. Posteriormente se inscribió en estudios orientales en El Colegio de México.

Fue catedrático en la Universidad Autónoma Metropolitana. Su vocación por difundir sus hallazgos literarios lo llevó a publicar en la revista El Tiempo; en Diorama de la Cultura, del periódico Excélsior, en Revista de Bellas Artes, y en Revista de la Universidad de México.

Sus novelas, crónicas y ensayos acerca de diversos movimientos sociales son referente para analizar el contexto y la actualidad en torno a fenómenos como las guerrillas y los levantamientos indígenas. Entre esos títulos se encuentran: Chiapas, la rebelión indígena de México (1998); La guerrilla recurrente (1999); Rehacer la historia (2000).

En cuentos como Las llaves de Urgell (1971), Premiá (1983), Diana (1990), y en ensayos como Los dioses perdidos (1979) y El oficio literario (1985), aborda de manera puntual la vida y problemáticas indígenas.

En 1980 Carlos Montemayor, también amante cultivador del bel canto, se sintió fascinado por la dimensión cultural, política y social de las lenguas indígenas, en las que descubrió similitudes tanto métricas como vocales con el griego clásico.

Para mí fue deslumbrante, pues en lugar de hacer deducción teórica me permitía enfrentarme con lenguas vivas, por ejemplo el zapoteco, una de las más melódicas y musicales por sus estructuras tonales y silábicas, expresó en diciembre pasado en entrevista con La Jornada.

En aquellos años, el narrador participó en el proyecto que tenían en la Dirección General de Culturas Populares (dependiente de la Secretaría de Educación Pública) respecto del trabajo en comunidades indígenas.

En 2007, el Fondo de Cultura Económica publicó el primer volumen de sus Obras reunidas, en el cual se incluyen dos de sus novelas más emblemáticas: Guerra en el paraíso (1991) y Las armas del alba; en la primera narra las vicisitudes de Lucio Cabañas.

Activista y luchador

Cuando joven, Carlos Montemayor presenció en su natal Chihuahua la fuerza de un movimiento campesino que se extendía por todo el estado y que abarcaba algunas zonas de Durango y Sonora. La mayor parte de los líderes campesinos eran de la sierra; algunos, profesores normalistas rurales que trabajaban muy activamente en la gestión ante las autoridades de la Reforma Agraria, relató a este diario.

Agregó que “a principios de los años 70 algunas compañías privadas dieron inicio a una serie de despojos de tierras que provocó la reacción inmediata de los campesinos y paulatinamente la conformación de una fuerza organizada. El mayor contingente formó parte de la Unión General Obrero Campesina de México, que en ese momento dirigía Jacinto López.

“Estas movilizaciones en defensa de predios y contra las invasiones fueron creando un clima de tensión social muy importante en Chihuahua. Cuando era adolescente, en Parral y en la regiones cercanas a mi ciudad, llegué a conocer el movimiento.

“Cuando me fui a estudiar a la Universidad de Chihuahua, entré en contacto con los cuadros políticos y frentes campesinos que me permitieron conocer más de cerca este proceso social. En esa época varios amigos míos, muy jóvenes, se radicalizaron y tomaron las armas.

“Ellos constituyeron el primer movimiento guerrillero en México después de la revolución cubana. Desarrollaron varias acciones, que narró en Las armas del alba. La acción armada más notable de ellos ocurrió el 23 de septiembre 1965; esa mañana intentaron tomar por asalto el cuartel militar de Ciudad Madera.

“Desde hacía más de un año yo radicaba en la ciudad de México, por lo que desconocía que ellos habían entrado en la clandestinidad. Cuando me enteré del ataque y vi las fotos de algunos cadáveres de mis compañeros me sacudí, pero sobre todo, me estremeció el tipo de información oficial sobre ellos: los trataron de gavilleros, de delincuentes, de pistoleros, de robavacas.

Eso fue lo que más me afectó, porque a mí me constaba su honestidad, su limpieza, su integridad, su militancia, su generosidad. Esta impresión de cómo una versión oficial puede destruir tan brutalmente la verdad de la vida humana me marcó para siempre.

Así surgió el compromiso de Montemayor de contrastar las versiones oficiales con las realidades social y humana, tanto como analista político en artículos publicados los años recientes en La Jornada, y como investigador e historiador.

El también traductor se definía como especialista en cuestiones clandestinas, también por su interés en la cultura clásica, latinista y helenista, temas que no le interesan a nadie, pero que están en el subterráneo de nuestra cultura occidental. Las cuestiones indígenas son también algo oculto y subestimado, y los movimientos guerrilleros están también en el subterráneo de la conducta social, de manera que puedo decir que tengo vocación por la clandestinidad, cultural, literaria y social.

Como activista político y luchador social jugó un papel relevante. En este ámbito, su más reciente participación fue como integrante de la extinta Comisión de Mediación entre el gobierno federal y el Ejército Popular Revolucionario, para investigar el paradero de dos desaparecidos políticos.

Sus últimas obras

En diciembre recibió el Premio Nacional de Ciencias y Artes en el área de Literatura y Lingüística. A falta de un discurso oficial de los galardonados, la prensa rodeó durante la premiación a Montemayor para que hiciera un breve diagnóstico sobre el clima social y político que vive el país.

El escritor respondió: México vive en un estallido constante, en el que la pobreza, la inestabilidad, el desempleo, la desnutrición, el crimen organizado están armando un país indeseable para todos; en 2010 solamente pueden empeorar las cosas.

–¿Prevé alguna alianza entre fuerzas criminales (el narco) con grupos de lucha social? –se le preguntó.

–No, ninguna. Son mercados distintos, son objetivos distintos, organizaciones diferentes, dinámicas totalmente divergentes.

–¿Ningún riesgo?

–Ningún riesgo en especial, más que los que tenemos ya, que son el desempleo, la miseria, la depresión, el empobrecimiento. Ésos son los graves riesgos que estamos viviendo y que no hemos podido solucionar.

Respecto de los planes que tenía el poeta, había bromeado con que compraría (con el monto de su premio) un rancho y cabezas de ganado en su tierra de Chihuahua, para no hacer nada más que ponerme a escribir.

Un par de discos donde hace gala de su voz de tenor que serán editados en breve, y el nuevo libro La violencia de Estado en México, del cual La Jornada ofreció un adelanto el viernes pasado (y que comienza a circular en librerías mañana martes), así como la novela Las mujeres del alba (todavía sin fecha de publicación), son los trabajos más recientes con los que Carlos Montemayor se despide de una sólida, plena y vigorosa vida intelectual.

Monsiváis

Monsi, ciudadano comprometido

En los malos tiempos que se abaten sobre el país, la muerte de Carlos Monsiváis, El Monsi –como le decían afectuosamente sus amigos, sus conocidos y sus incontables lectores desconocidos– resulta doblemente desoladora. Cualquiera en el que México hubiera tenido que despedirlo habría sido un mal momento, pero el actual es el peor imaginable para perder a una de sus inteligencias más éticas, generosas y comprometidas con las gestas sociales, a su principal cronista, a un intelectual particularmente lúcido y agudo, al crítico más implacable de los desfiguros del poder.

A lo largo de su vida, Monsiváis registró, con humor, rigor y una suerte de erudición de los terrenos inexplorados de la sociedad, las formas de relación y las prácticas de identidad de la población urbana de la segunda mitad del siglo XX y, sin hacer con ello un retrato complaciente, las presentó como maneras de resistencia o, cuando menos, de compensación frente a la desigualdad, la corrupción y el abuso.

Al mismo tiempo, Monsi dedicó su pluma a la crítica de la cerrazón política oficial; la tragicómica ineptitud de los funcionarios; la prepotencia y los atropellos de un sistema político sin contrapesos formales; la insultante frivolidad de los grupos que se han ido transfiriendo el control de las instituciones, con o sin el aval de la voluntad popular; la connivencia entre los anteriores y los poderes fácticos del dinero y del músculo mediático; el clericalismo rústico y, en años recientes, la inocultable conformación de una clase política-empresarial que es a la vez mandante y mandataria, y responsable principalísima del desastre nacional que hoy padecemos.

Más allá de la innovación formal, de la conversión de usos coloquiales en gran literatura, de la observación aguda en la que se hermanan la mirada del barrio con la tradición conceptista, el sentido central de la vida y de la obra de Monsiváis reside en la subversión verbal y textual frente al poder del gobierno, de la televisión, de las trasnacionales, de la jerarquía eclesiástica, de las corporaciones priístas, de la publicidad, de la venalidad, de la arrogancia, de la ambición, de la miopía y de la insensatez.

No cabe llamarse a engaño: con motivo del proceso electoral de 2006, Monsiváis señaló que un poder entronizado por el dinero a raudales habría de terminar sometido a los designios del mandato económico y advirtió sobre los riesgos de la violencia ideológica de la derecha. Vistos en retrospectiva, esos señalamientos adquieren la condición de una denuncia profética.

El sentido de orfandad es, pues, doblemente arduo en el momento actual, cuando la inteligencia constituye un déficit generalizado; cuando se confunde Estado con Ejército, política con encuestas de popularidad, y opinión pública con opinocracia; cuando el sentido de país está ausente de las decisiones que aún pueden ser adoptadas en las cúpulas políticas y económicas; cuando el cinismo y el pragmatismo extremos dejan de ser motivos de vergüenza y se convierten en actos de lucimiento; cuando el designio arbitrario, la violencia armada y la ley del más fuerte parecen ser los únicos sucedáneos de convivencia civilizada y de régimen republicano.

Signo de los tiempos: los factores de poder denunciados y desnudados por Monsiváis elogian, en estas horas amargas, a un personaje descafeinado, desprovisto de ideología, tolerante para con todo: casi a un intelectual de Estado, situado por encima de diferencias y fracturas sociales. Es obligado recordar, en tal circunstancia, que el escritor desaparecido fue siempre un ciudadano comprometido con las causas políticas, culturales y sociales de los marginados, de los discriminados, de los invisibles, de los de abajo, de los sin voz. Los homenajes póstumos de los poderosos parecen, pues, un ejercicio de hipocresía, que es como se denomina al tributo que el vicio rinde a la virtud.

Para la sociedad de abajo y para los ciudadanos de buena fe que aspiran a un país legal, justo, soberano, democrático e inteligente, el fallecimiento de Carlos Monsiváis es una noticia demoledora. Valga como pésame colectivo y compartido el compromiso de seguir encontrando, en su obra, razones para mantener vigentes esas aspiraciones.

Monsiváis



In memoriam
Se apagó una de las mentes más lúcidas del país

En 2006, en apoyo al movimiento antifraude, Monsiváis advirtió: no abandonemos nuestros votos en la fosa común de la resignación

Mónica Mateos-Vega y Éricka Montaño Garfias
Periódico La Jornada
Domingo 20 de junio de 2010, p. 2

Una de las mentes críticas más certeras y lúcidas de México se apagó ayer poco después del mediodía: Carlos Monsiváis falleció a las 12:47 de la tarde, luego de más de dos meses en terapia intensiva debido a complicaciones por una fibrosis pulmonar.

La noticia del deceso abrió una herida más profunda en el ánimo de lectores, amigos, seguidores y entusiastas de sus ideas que aún lloraban la muerte del Nobel portugués José Saramago, ocurrida el viernes.

Este sábado –en el que se conmemoró el Día del Idioma Español, así como el aniversario 89 de la muerte del poeta Ramón López Velarde– los restos de Monsiváis fueron recibidos por la noche por una multitud en el Museo de la Ciudad de México. Numerosas personas expresaron ahí una misma petición: “¡Monsi, al Zócalo; homenaje popular, no oficial!”

Monsiváis y Sergio Pitol se unieron al movimiento de Andrés Manuel López Obrador contra el fraude electoral de 2006. El 16 de julio de ese año participaron en el mitin multitudinario realizado en el Zócalo, donde el también cronista advirtió: el manipulador pierde la oportunidad de gobernar.

Monsiváis fue aclamado por la multitud cuando atacó directamente al partido en el poder y señaló: “la violencia ha partido de la derecha. Una violencia ideológica de mentiras, calumnias, difamaciones y fraudes hormiga.

No abandonemos nuestros votos en la fosa común de la resignación o la apatía. Voto por voto y casilla por casilla.

Cronista indispensable de los principales hechos políticos y sociales del país, coleccionista de arte popular, periodista, Carlos Monsiváis Aceves nació en la ciudad de México el 4 de mayo de 1938. Su pasión por las letras lo llevó a colaborar desde muy joven en suplementos culturales y medios periodísticos del país.

Lo irrenunciable para mí es ver cine y leer, solía decir, mientras para sus seguidores era importante escucharlo en persona. Su nombre en las presentaciones y en los programas de las ferias de libros garantizaba una asistencia masiva. “¡Ahí va Monsi!”, era casi el grito de guerra en los pasillos, en los museos, en las escaleras. Aquí le pedían un autógrafo, allá una foto, por allá que fuera a algún evento de causa social, más allá que escribiera un prólogo para el libro de algún escritor en ciernes.

Con comentarios irónicos provocaba la risa de sus escuchas, pero sobre todo la reflexión. Ironía nada gratuita y sí consciente del efecto que su discurso, sus chistes, sus frases de doble sentido tenían en el público, en su lector.

No pocas veces el espacio destinado para sus charlas resultó insuficiente. Mejor sentados en el suelo que irse, mejor parados que abandonar la sala. La escena se repitió decenas de veces en distintas ciudades de la República, en diversas conferencias, en distintos escenarios.

Sus últimas presentaciones en público fueron una conferencia de prensa el lunes 8 de marzo, en la que habló de su libro publicado recientemente, Apocalipstick (Debate), y en la inauguración de la muestra México a través de las causas en el Museo del Estanquillo, que él fundó.

Durante su encuentro con la prensa Monsiváis advirtió que “la esperanza está siendo triturada masivamente y reconvertida en frustraciones. La indignación y la esperanza individual no bastan. Se requiere de un proceso organizativo social, el cual hoy se aprecia en muchas partes. Una palabra que revela hoy día lo que pasa en el país es: el empoderamiento crítico. Es armar la esperanza a título individual y en beneficio colectivo”.

Por la noche acudió al Museo del Estanquillo. Ahí expresó que muchas de las causas se han catalogado como perdidas, pero hay que reconocer que de las causas perdidas también se alimenta la resistencia de hoy.

Diez días después acudió al centro cultural Bella Época para la presentación del libro Armando Herrera. El fotógrafo de las estrellas, donde estuvo acompañado por Yolanda Montes, Tongolele.

Ya no pudo acudir a una nueva presentación de Apocalipstick en el Museo de la Ciudad de México, libro dedicado a Omar A. García Cervantes.

A finales de 2009 revisó y actualizó su libro Los mil y un velorios, crónica de la nota roja, que se regaló con motivo del Día Nacional del Libro, informó Random House Mondadori, una de sus casas editoras.

Monsiváis estudió en las facultades de Economía y de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México.

Una inagotable y vigorosa curiosidad intelectual le permitió no sólo ser testigo de los principales hechos culturales y políticos de la segunda mitad del siglo XX, sino opinar con singular acidez y humor.

Nunca se negó a participar en revistas, mesas redondas, programas de radio y televisión, periódicos, coloquios, museos, películas, antologías, prólogos, con su palabra mordaz.

El escritor Adolfo Castañón, en su ensayo Un hombre llamado ciudad, lo consideró el último escritor público en México, resaltando que no sólo cualquier mexicano lo ha escuchado o leído, sino que muchas personas eran capaces de reconocerlo en la calle.

Entre sus más de 50 libros publicados destacan Días de guardar (1971), Amor perdido (1977), Nuevo catecismo para indios remisos (1982), Escenas de pudor y liviandad (1988), Los rituales del caos (1995), Salvador Novo. Lo marginal en el centro (2000) y Aires de familia: cultura y sociedad en América Latina (2000).

Monsiváis lo mismo fue puntual cronista del movimiento estudiantil de 1968 que del acontecer en torno a ídolos populares como El Santo o Cantinflas, o del desarrollo del movimiento feminista nacional. Siempre manifestó su rechazo a toda posición intolerante y retrógrada. Fue incansable promotor de los derechos de las minorías sociales, la educación pública y la lectura.

Una de sus pasiones fue el cine nacional, acerca del que escribió varios ensayos, algunos incluidos en el libro Rostros del cine mexicano. Dirigió por más de 10 años el programa El cine y la crítica en Radio UNAM.

Fue secretario de redacción en las revistas Medio Siglo (1956 a 1958) y Estaciones (1957 a 1959). Dirigió el suplemento La cultura en México de la revista Siempre! (entre 1972 y 1987) y coordinó la edición de la colección de discos Voz Viva de México de la UNAM.

Autor de la columna Por mi madre, bohemios (que lleva décadas editándose en diversas publicaciones del país), en la cual compiló declaraciones de políticos, empresarios, representantes de la Iglesia y otros personajes de la vida pública, mofándose de su ignorancia o su visión limitada del mundo, exhibiendo la demagogia de las clases gobernantes.

Recibió los premios Nacional de Periodismo, Mazatlán, Xavier Villaurrutia, Lya Kostakowsky, Anagrama de Ensayo y el FIL de Guadalajara (antes Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo).

Fue becario del Centro Mexicano de Escritores y del Centro de Estudios Internacionales de Harvard. En agosto de 1992 recibió una beca del Fideicomiso para la Cultura, organización creada un año antes por la Fundación Rockefeller en colaboración con instituciones mexicanas.

Impartió cursos en la Universidad de Essex y en el King’s College, ambos en Gran Bretaña, y fue profesor invitado en la Universidad de Harvard.

También recibió los doctorados honoris causa de las universidades estatales de Sinaloa, Puebla, Hidalgo, Veracruz, Nuevo León, San Luis Potosí y Arizona, así como de la Autónoma Metropolitana y Nacional Autónoma de México. También, de la Nacional Mayor de San Marcos, Perú. De la Universidad Autónoma de la Ciudad de México recibió un Honoris Causas Perdidas.

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