Las delaciones de Ahumada
Carlos Ahumada no es novelista ni cuentista. Seguramente es un empresario corrupto y corruptor, pero no es su imaginación lo que teje su libro. Podría haber ingenuidad, como dice Raymundo Rivapalacio, pero descalificar los dichos a partir del juicio moral de quien escribe no tiene validez argumentativa. Sorprende que analistas de pretendidos altos vuelos recurran a tal criterio. Las palabras y los juicios merecen ser respondidos en sus propios términos, no invocando la condición o calidad de quien habla.
Jorge Castañeda, en entrevista radiofónica con Pepe Cárdenas, califica de veraces buena parte del contenido del libro o, más bien, del tema del complot contra López Obrador, afirmación que adquiere valor por su condición de prominente miembro del gabinete foxista y una persona singularmente claridosa. También acuerda con la idea de que las delaciones debieran dar lugar a una investigación exhaustiva, amplia, que incluya a todos, a los “buenos” y a los “malos”. Jorge dice que es obvio que hubo complot contra AMLO, aunque pone en duda su ilegalidad.
No hay ingenuidad en Ahumada, más bien pudiera haberla en el lector. No es creíble que la única motivación del autor haya sido el agravio por el incumplimiento económico de quienes le utilizaron para dañar a AMLO. Ahumada está como siempre, invirtiendo y reinventándose, por lo mismo, el texto debe revisarse a partir de su imprecisa motivación. Jerarquiza hechos y los interpreta. Hay episodios creíbles (aunque no necesariamente veraces), como es el uso que le daba el ex presidente Salinas a ese rincón de la biblioteca, pleno de símbolos de poder y biografía. Hay otros que no se justifican en la narrativa, están forzados, están allí para desacreditar o denigrar deliberada y calculadamente. Hay personajes excluidos y sobre los que Ahumada mucho tenía que decir, como de Beltrones y de la esposa del ex presidente Fox. Ciertamente, no es un texto para ingenuos.
Ahumada presenta la radiografía de una clase política corrupta y de un régimen, el foxista, que involucionó de la peor forma, hacia malas causas y peores aliados, como puede constatarse hasta hoy en el actual gobierno. En ello Ahumada no exagera, pero tampoco se puede generalizar. Los elogios del autor deben tomarse con la misma reserva que los ataques. La disputa por el poder es un juego con fuertes ingredientes de perversidad e insidia. Lo ha sido siempre, por ello es menester que la ley establezca límites y, también, por un sentido de ética que vaya más allá de la que hoy existe, la que aplica a las mafias o las complicidades criminales, como son los acuerdos en lo oscuro para dañar al enemigo común y que el libro de Ahumada delata.
El engaño y la perfidia no deben ser sorpresa, sí el peculado, la malversación de los bienes públicos (no todos de carácter material). El extravío de los gobiernos nacionales panistas no sólo es de carácter legal, en el fondo tiene que ver mucho más el pragmatismo que niega valor a la ética o que reduce la moral a un recurso a conveniencia maniquea, como lo hizo Vicente Fox y hoy su mejor exponente es Germán Martínez, aficionado a la sancionada sopa de letras, ex titular de la dependencia federal responsable de contener la corrupción y uno de los más valiosos aliados del coordinador del PRI en el Senado.
La derrota del PRI no acabó con la corrupción, la socializó, la repartió por igual entre la izquierda y la derecha. En el PAN y en el PRD. Se acentuó porque el juego político se abrió, se volvió competido y los factores de influencia se diversificaron como fue el poder del dinero y el mediático. Una transición que careció de un pacto fundacional que estableciera un piso ético y un criterio mínimo de desempeño y de coexistencia. Para efectos prácticos, la actitud de Vicente Fox hacia AMLO fue de intolerancia autoritaria de la peor factura. Es aquella que desconfía en el poder del voto, en la capacidad el debate y la libertad de expresión para que sean los ciudadanos quienes decidan ganador y no las trampas desde el poder gubernamental.
El libro de Ahumada constata la vigencia del proyecto de López Obrador. La que se explica, precisamente, porque el desenlace de la elección de 2006 no ocurrió a través de una contienda justa, sino como secuela de los variados intentos del régimen foxista para anular la decisión ciudadana democráticamente expresada, la misma que lo llevó a él al poder. Los comicios presidenciales de 2006 fueron una oportunidad para dar continuidad a lo que ocurrió en 2000; sin importar quien ganara, los ciudadanos debieron decidir sin la interferencia presidencial.
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