domingo, 9 de marzo de 2008

Milenio: Mouriño



Néstor Ojeda


¿Hay que creerle a Mouriño?


Sí firme, es legal y no renuncio”, fueron las tres afirmaciones con las que el secretario de Gobernación, Juan Camilo Mouriño, quiso atajar las acusaciones sobre tráfico de influencias de las que fue blanco durante más de dos semanas gracias a los documentos que Andrés Manuel López Obrador entregó a los coordinadores parlamentarios del PRD, cuyo contenido revela que siendo funcionario de la Secretaría de Energía firmó contratos de su empresa Transportes Ivancar con Pemex Refinación.Pero ahí quedó la cosa.


El titular de Gobernación no presentó dictamen alguno de la Secretaría de la Función Pública o de la Contraloría Interna de Petróleos Mexicanos o de algún perito de la Procuraduría General de la República o de cualquier autoridad que pudiera determinar que esa acción no violó la Ley Federal de Responsabilidades de los Servidores Públicos.
Es decir, Mouriño dejó el asunto al criterio de la opinión pública para que sólo con base en su palabra lo eximieran de las dudas que generó sobre su honestidad e integridad como funcionario el misil disparado por El Peje. Y también dejó abierta la posibilidad de que el caso quede, como siempre, en la credibilidad de los protagonistas de este sainete, y será evidente que los fieles del lopezobradorismo no le comprarán la historia.
Lo que es peor es que el responsable de la política interna del país pretenda dejar todo en un ataque producto de la maledicencia de los enemigos de México, los inconformes y los que buscan el fracaso de Felipe Calderón.
Vaya cosa: ahora todo aquel que lance críticas o dudas sobre la actuación de los hombres del Presidente es un detractor del país, argumento del mismo dudoso calibre que el de aquellos que dicen que todo aquél que esté de acuerdo con la inversión privada en Pemex es un traidor a la patria.
Maniqueísmo puro en su máxima expresión.
Al final lo único que puede decirse de la respuesta de Mouriño a las acusaciones de tráfico de influencias es que resultó que el hombre fuerte de Calderón de lo único que hizo gala fue de cinismo y chabacanería, porque nada hubo de argumentos legales contundentes. Qué lástima.

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