viernes, 24 de abril de 2009

Universal: Narcos

Monseñores

José Cárdenas




El arzobispo de Durango, Héctor González Martínez, no se midió con lo de El Chapo. Los dichos del prelado, por conveniencia o imprudencia, arrojan un resultado sangriento: los tenientes de infantería en tareas de inteligencia militar Jesús Antonio Cabrera Rosas y Jesús Sánchez Meléndez están muertos. Sobre los cadáveres, un recado: “Con El Chapo nunca van a poder, ni sacerdotes ni gobernantes”.

Si las declaraciones del arzobispo no son noticia porque el aparato de seguridad nacional ya sabía de la presencia de El Chapo en Durango, tanto peor. Una explicación válida para entender el fracaso de la captura de este enemigo público (prófugo desde hace ocho años y tres meses) es la negligencia, la corrupción y la impunidad. El Chapo, de 55 años, es el líder de la organización internacional de la droga conocida como Alianza de Sangre, del cártel de Sinaloa y principal traficante del país (posición heredada tras la captura de Osiel Cárdenas). Es el prieto en el arroz del panismo en el poder. Importa tanto el delincuente como el ridículo resultante de la incapacidad para atraparlo. Lo sabe la Iglesia.

El Chapo paga un precio elevado a cambio de la lealtad de comunidades enteras. La gente no lo denuncia por terror y porque así les conviene. Los narcos son a veces los benefactores públicos ante un Estado ausente. El obispo de Saltillo, Raúl Vera López, acusa: “Esta porquería ha llegado demasiado lejos, estamos en la calle, vergüenza les había de dar… los delincuentes se ríen de la famosa guerra contra el narcotráfico, totalmente fracasada”. Porque no se han tocado las estructuras de corrupción de los políticos coludidos con las organizaciones criminales, ni mucho menos el soporte económico en que se sustentan.

México tiene un arma poderosa para mermar la fuerza de El Chapo. Apelar a la resolución 1373 del Consejo de Seguridad de la ONU para clasificar al cártel sinaloense y otros como grupos terroristas. ¿El asesinato de los dos tenientes no vale como un acto de terrorismo puro?

Como sea, el obispo de Durango, convertido en estatua de sal por su verbosidad, podrá haber actuado de buena fe (no lo creo), pero consiguió hacerlo de mala forma. No cabe la candidez en un jerarca eclesiástico de tal estatura. Aunque el obispo de Saltillo lo defienda, las tumbas de dos soldados muertos lo condenan.

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