jueves, 5 de marzo de 2009

Universal: García Soto

El día que el Presidente se enojó


Podría haber sido cualquier día, pero fue específicamente el martes pasado


El Ejército está molesto, la situación es muy grave y no pueden escatimar apoyo, fueron frases del Ejecutivo que se salieron junto con otras palabras

Podría haber sido cualquier día, pero fue específicamente el martes pasado. A la residencia presidencial de Los Pinos llegó, en sigilo y a una comida privada, un reducido y selecto grupo de priístas convocado por el presidente Felipe Calderón para “dialogar” sobre la situación del país. Manlio Fabio Beltrones, Emilio Gamboa y Beatriz Paredes encabezaban la cúpula del PRI junto con varios gobernadores de ese partido, recibidos en uno de los salones de la casa presidencial.

Enrique Peña Nieto, Humberto Moreira, José Reyes Baeza, Fidel Herrera, Natividad González y hasta el “precioso” Mario Marín estaban entre los mandatarios presentes. Al Presidente lo acompañaba el secretario Agustín Carstens. Los temas, la lucha contra el narcotráfico y la crisis económica.

Todo iba bien cuando sirvieron las entradas; la cortesía política por delante, los abrazos y saludos acababan de pasar y el Presidente comenzaba su alocución. Una descripción-diagnóstico de las dos complicadísimas coyunturas que enfrenta el país: la guerra contra el crimen organizado por un lado y el complejo panorama económico por el otro. Para después de la sopa, el Presidente comenzó a hablar de lo difícil que está la confrontación violenta con los grupos del narcotráfico en el territorio nacional. Reiteró que su gobierno no va a ceder, que están decididos a someter a los distintos cárteles y que necesita el apoyo de todos los mexicanos para librar esta guerra.

Y en esa última parte vino un comentario del jefe del Ejecutivo que incendió —poco antes del postre— el encuentro. Algunos gobernadores, dijo el Presidente, no están haciendo su parte en esta guerra y prefieren desentenderse de la gravedad del problema.

Los comentarios presidenciales tuvieron un efecto inmediato; más de un gobernador se atragantó con el café. Uno de los que replicaron la afirmación de Calderón fue el coahuilense, Humberto Moreira. No estoy de acuerdo, dijo Moreira —según las mismas fuentes—; me parece injusto que se acuse de inacción, cuando está claro que ni el aparato estatal ni los alcaldes tenemos la capacidad de reacción que se necesita para enfrentar a tan fuertes enemigos.

La réplica cayó como bomba en el ánimo de Calderón. La expresión en el rostro y el fuerte tono de voz mostraban algo más que molestia. La cortesía inicial dio paso a un mandatario enojado, iracundo, que rechazaba el argumento de Moreira. Las expresiones subieron de tono; el gobernante se dijo en el límite materno. El Ejército está molesto, la situación es muy grave y no pueden escatimar apoyo, fueron frases del Presidente que se salieron junto con otras palabras, altisonantes algunas, en la fuerte respuesta.

Para entonces, cuando los meseros recogían el postre, el ambiente se había crispado, era de enfrentamiento. “Deseo que Dios no los deje ganar en 2009”, les dijo Calderón a los priístas.

En el punto de mayor tensión, intervino el coordinador de los senadores del PRI. En estos tiempos difíciles, dijo Beltrones, tenemos que serenarnos todos. Hay que serenarnos, Presidente, dijo el priísta tratando de calmar lo que ya se había vuelto un abierto intercambio de reclamos.

Cuando las cosas se calmaron, hubo tiempo, dicen las fuentes, de escuchar al Presidente hablar de la crisis. Pero cuando salieron de la blanca casona que mandatarios de su partido habitaron por 71 años, a varios priístas les quedó la sensación de haber visto un Presidente al límite.

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