Astillero
Julio Hernández López
■ La trampa del “debate”
■ Nada profundo, aguas someras
■ Teatrito para convalidar
■ Mujeres, primer paso
■ Nada profundo, aguas someras
■ Teatrito para convalidar
■ Mujeres, primer paso
Para tomar decisiones históricas sobre las aguas profundas y los privatizados negocios a fondo que en relación con el petróleo planean, los buscadores oficiales de tesoritos quieren un debate somero, rapidito y lucidor que convalide los acuerdos de apresurada simulación democrática a que han llegado las bancadas priísta y panista más algunos modernos, civilizados y dialogantes legisladores del PRD (¡Jesús los ampare!).
La trampa del “debate” nada profundo busca suministrar parque mediático para el fusilamiento electrónico de Andrés Manuel López Obrador y del movimiento de resistencia civil pacífica, al acusarlos de ser tercos obstructores del bello modelito de participación popular, ordenada y responsable que les ha preparado el confiable y siempre bien intencionado chef de cocina política fusión mejor conocido como Manlio Fabio Beltrones.
Debate a la carrera, con foros burocratizados y formatos similares a los que durante décadas han servido para fingir que se escucha a los ciudadanos, todo organizado para que las voces contrarias a la privatización tengan oportunidad de ser incorporadas como marco decorativo de los arreglos a los que ya han llegado los aliados PRI-PAN, como ayer involuntariamente dejó entrever el gerente Calderón al decretar que la iniciativa de privatización petrolera deberá discutirse “democráticamente a través de los legisladores” y que en el sacro Congreso de la Unión, impoluto y altamente representativo de la voluntad popular, “se van a procesar las diferencias, se escuchará la voz de todos. Ya el Senado está organizando un proceso para hacerlo así”. A confesión de Felipe, relevo de Manlio.
El teatrito del debate breve e insustancial fue desmontado con rapidez en dos planos (el primero, en tiempo, el legislativo), pues en los ámbitos institucionales hubo acciones de diputados y senadores del FAP que en los hechos significaron la famosa huelga legislativa (no todos le entraron, pues hubo quienes con anticipación se desmarcaron de las acciones “radicales”).
Las tomas de tribuna en San Lázaro y en Xicoténcatl produjeron, además, escenas memorables de disfuncionalidad política: en la Cámara de Diputados, Ruth Zavaleta se quejaba de que, con ironía histórica (una especie de revancha desde el fondo de la historia más tradicional de las luchas de izquierda), una manta de protesta le impidiera cumplir con su elevada responsabilidad protocolaria. “Clausurada” declaraba la manta a la Cámara; diputada de clausura quedaba Zavaleta.
Y el presidente del comité nacional informal del PRI, el senador Beltrones, con un grito digno de muros de honor: no nos pueden secuestrar, exclamó el último de los mohicanos de tres colores que durante largas décadas mantuvieron secuestrado al país y que ahora, en alianza con los párvulos ambiciosos del PAN, pretenden seguir con la nación como rehén permanente.
El segundo plano de lucha exitosa se dio en las calles (ese fenómeno caminante de mil cabezas, incontrolable, que no está sujeto a negociaciones en lo oscurito, razones por las cuales tanto le temen quienes insisten en que las “verdaderas” discusiones deben darse solamente en salones alfombrados y aislados).
El Hemiciclo a Juárez fue el punto de reunión para una convocatoria de última hora que obviamente hacía preocuparse a las organizadoras por el riesgo de que hubiera una asistencia menor a la deseada. Pero poco después de la una de la tarde, cuando las brigadas pasaban festiva lista de presencia, más que suficientes para la primera tarea, comenzaba la resistencia civil pacífica tan anunciada.
Las mujeres organizadas (muy bien organizadas) dieron el primer paso con fuerza, alegría y creatividad. No hubo violencia ni incidentes y sí, en cambio, una energía social que se instaló en las calles que desembocan en el Senado de la República. Por la noche llegarían relevos mixtos para establecer turnos de 12 horas hasta que el domingo en el Zócalo haya nuevas resoluciones.
Obviamente, los primeros pasos dados ayer tendrán como reacción el endurecimiento del discurso oficialista y la facturada indignación de locutores, comentaristas y articulistas de aguas profundas. El diputado XHGamboa analizaba ayer la posibilidad de habilitar un recinto alterno para cumplir con la sacra tarea de legislar en privado. El senador Beltrones alertaba contra “la ruta de provocación de quienes quieren que el país termine en violencia” y advertía que al ser mal portados, los legisladores que tomaron tribunas han “dinamitado la posibilidad de que se lleve a cabo un debate nacional sobre el tema” del petróleo.
Pero el fondo del asunto, hay que recordarlo, está en el tiempo y la forma que se quiera dar a ese proceso de discusión, hoy falso y envenenado. Los privatizadores a marchas forzadas pretenden asignar sólo unas cuantas semanas, dos o tres, para lograr la hazaña de rescatar el tesorito en este mismo periodo de sesiones de las cámaras, al terminar el presente mes, o en un periodo extraordinario de trabajo legislativo que, con la iniciativa supuestamente validada por el acelerado debate previo, sea inmediatamente aprobada. La propuesta de los opositores a la privatización es que el debate se lleve meses (de aquí a septiembre), con formatos incluyentes y discusión verdadera, para que los resultados sean abordados en el siguiente periodo ordinario de sesiones del Congreso.
La discusión, por lo pronto, ha sido trasladada a las calles y, ante ello, la cultura política institucional se descompone y se exaspera. Grave es el riesgo, para los intereses que confluyeron en el fraude electoral de 2006, de que el movimiento de rechazo a una presidencia espuria sobreviva e incluso esté en camino de convertirse en una movilización nacional en defensa de una causa nacionalista ( y, lo peor de todo, snif: que impida la realización de muy buenos negocitos compartidos en la elite).
Y, mientras, luego de una pausa indeseada, hoy reinicia labores
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