La gente sigue en pie de lucha junto a López Obrador
"El futuro es nuestro, sólo tenemos que perseverar"
JAIME AVILES
"¡Uauuuuu!", ulularon ayer por su parte las locas más deschongadas y alegres de los grupos lésbico-gay-bisexuales y transgénero cuando en una de las cumbres de su discurso el orador central habló en favor de las sociedades de convivencia. Y cuando agregó que un movimiento que no apoya los derechos de las mujeres y hace suyas las demandas del feminismo es "un movimiento trunco", los aplausos de aprobación subieron de tono.
A diferencia de otras concentraciones, en el mismo lugar y con la misma gente, en la de ayer el signo distinto era la serenidad. Bajo la furia de las explosiones solares que se estaban verificando en esos momentos sobre la superficie de nuestra estrella madre, la multitud escuchó la prolongada y sustanciosa intervención de Andrés Manuel López Obrador sin interrumpirlo. En cambio, durante la caminata desde el Angel hasta el Zócalo, el aire nunca dejó de zumbar con la rima inagotable: "Es un honor...", etcétera.
En las esquinas, las brigadas vendían como pan caliente el nuevo libro de Random House-Mondadori-Grijalbo: La mafia nos robó la Presidencia, cuyo autor aparece de perfil en la portada con el pelo azotado por el viento y su nombre bajo el subtítulo que se empeña en anunciar: "No le han quitado ni una pluma a nuestro gallo". De una edición de 55 mil ejemplares, ayer, a 100 pesos cada uno, la gente debe haber comprado la mitad del tiraje.
A juicio de algunos integrantes del primer círculo de López Obrador, el acto atrajo más de 400 mil personas, muchas de las cuales llegaron en autobuses que desde las dos de la mañana entraron en la ciudad y enfilaron por 20 de Noviembre, para que sus pasajeros aguardaran el amanecer y pudieran visitar la Catedral Metropolitana antes de la asamblea. Era una razonable representación de la nueva estructura política, la de los afiliados al "gobierno legítimo" de México, que al margen del PRD, la Nueva Izquierda y los chuchos, ha credencializado ya a más de un millón de personas y espera quintuplicar esa cifra para finales del año entrante.
Cerca del astabandera, una camiseta con el rostro de Felipe Calderón y un balón de futbol evocaban a Edson Arantes do Nascimento, el Rey Pelé, sólo que el epíteto, modificado con buen humor y mala leche, ahora decía: "El rey pelele". Y ésa, que López Obrador usa y repite adonde quiera que va, era la palabra estrella de las cartulinas. "Pelen al pelele", pedía una. "No queremos a Felipelele". Sin embargo, el orador central esta vez ganaría la competencia del ingenio al preguntar en su discurso: "¿Qué sería del pelele sin la tele?", frase que parece condenada ya a ser repetida en playeras e impresos.
Cada vez que el discurso abordaba temas relacionados con el uso o en su defecto el abuso del poder -las críticas, cálidamente ovacionadas con enojo, a la reforma de la Ley del ISSSTE, que reducirá a menos de 50 por ciento las pensiones de los jubilados, o el salario "vergonzoso" de los ministros de la Corte, "que ganan un sueldo de 500 mil pesos al mes", o las consecuencias de la política económica neoliberal, que actualmente obliga a 600 mil mexicanos a irse cada año del país, o el fenómeno hasta ahora inédito de que los indígenas "también están abandonando sus tradiciones y su vida comunitaria para emigrar porque es lo único que les queda para no morirse de hambre"-, en la plaza renacía la expectación acerca de la gran propuesta de lucha que supuestamente López Obrador iba a formular.
Pero ésta nunca llegó. A última hora, explicaron algunos de sus asesores más cercanos, se pensó que esa definición era la que iba a marcar las notas de prensa sobre la reunión, y como ese no era el propósito se decidió aplazarla para otro momento, no lejano por cierto. Lo más significativo no podía ser la línea a seguir sino el balance de lo realizado y la constatación de que el movimiento continúa en pie de lucha y ya ha dejado de mirar atrás, de lamerse las heridas del fraude, de amargarse la vida conjugando los sueños rotos con el verbo "hubiera".
Todo lo contrario. "El futuro es nuestro, de todos ustedes, sólo tenemos que perseverar, sólo debemos no cansarnos de ser como somos y de pensar como pensamos", dijo Andrés Manuel en los párrafos finales de su informe de labores como autoridad simbólica del descontento popular. Y la plaza le respondió con renovada confianza en sí misma, con la certeza de que esta lucha, lejos de decaer, sigue a la alza, mientras la decepción gana espacio día a día en las filas de quienes hace un año se robaron la Presidencia de la República a la mala y desde entonces han empeorado todo, generalizando la carestía y el desempleo y ensangrentado el país.
"Fecal de rodillas ante los poderosos mientras el pueblo tiene hambre", editorializaba una manta sobre las rejas del atrio catedralicio, cerca de un camión donde un hombre invisible daba clases de historia contemporánea por las bocinas de un aparato de sonido. "Estoy contentísima", resumió la editora Neus Espresate, en un restaurante después del mitin, donde Federico Arreola, sentado a una mesa con Luis Mandoki, ponderaba lo que le llamó la atención a todos los observadores: la serenidad y la firmeza de los que asistieron por su cuenta y no se dejaron comprar ni permitieron que nadie los llamara acarreados.
Así que, en esta lucha, no ha pasado sino el tiempo, ese concepto abstracto y concreto a la vez que desde ayer, en las filas del obradorismo, es percibido como un poderoso viento que empieza a soplar en favor cada vez más vigorosamente.
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