El país desde abajo Apuntes de mi gira por México
Andrés Manuel López Obrador
I
En enero de 2007 inicié una gira por todos los municipios del país. Hoy, 9 de marzo de 2009, aquí, en Tamazula, Durango, donde nació el primer presidente de México, Guadalupe Victoria, termino el recorrido por los dos mil 38 municipios de régimen de partido que existen en el país. Ahora, sólo me faltan los 418 municipios indígenas de usos y costumbres del estado de Oaxaca, que visitaré en el último cuatrimestre de este año.
Viajé en compañía de un pequeño grupo de colaboradores. Durante 430 días transitamos por 148 mil 173 kilómetros de caminos pavimentados y de terracería, para llegar a los pueblos más apartados de México. En muchas ocasiones dormimos en hoteles modestos y limpios de ciudades pequeñas, comimos en restaurantes, fondas y, a veces, dentro de la camioneta o a la orilla del camino.
Durante este tiempo, trabajé de lunes a miércoles en la ciudad de México y de jueves a domingo me dediqué a recorrer los pueblos. Desde las 10 de la mañana hacíamos un promedio de 5 asambleas informativas diarias en la plazas públicas, a las que asistían entre 100 y 5 mil personas, dependiendo del número de habitantes y de la fuerza de nuestro movimiento en cada lugar. La asamblea consistía en palabras de bienvenida a cargo de un dirigente local de los partidos del Frente Amplio Progresista o de algún destacado ciudadano. En mi intervención, informaba durante 45 minutos sobre los problemas nacionales y planteaba la necesidad de renovar la vida pública de México. Además, cuando llegaba y cuando me iba, saludaba de mano a la gente en un genuinio ejercicio de diálogo circular.
Gracias a estos encuentros, recogí demandas, sentimientos y preocupaciones de muchos ciudadanos y me enteré con más detalle de la situación económica, social y política del país, desde abajo.
Aunque hay asuntos importantes que no abordaré por razones de espacio, si puedo compartir algunas de mis observaciones, experiencias y reflexiones sobre las características del territorio, la belleza de naturaleza, las actividades económicas, los contrastes entre regiones, la desigualdad, la marginación, la pobreza, la vocación de trabajo y la inmensa bondad que hay en nuestro pueblo.
Nogaleras y minerales
México es un país de gran diversidad geográfica, donde predominan las zonas semidesérticas, en las vastas extensiones montañosas del norte. En contraste, es muy inferior la superficie de valles, costas y tierras bajas tropicales. En el norte, donde el suelo no es muy fértil y llueve poco, las poblaciones se fueron asentando a la orilla de los ríos y así se desarrollaron la agricultura y la ganadería extensivas.
Para subsanar la escasez de agua, el régimen de Porfirio Díaz inició la construcción de presas, actividad que se intensificó después del triunfo de la revolución junto con la perforación de pozos profundos y la creación de sistemas de riego. De todos modos, en casi todo el norte la sequía es impresionante. Y por lo mismo, ahí donde se logra una plantación de nogales, o nogalera que le llaman, cerca del cauce de un río, la vista se alegra como si en medio del desierto apareciera un oasis.
Viajando por distintas regiones del norte, uno no puede dejar de pensar en que debajo de esa tierra árida proliferó, y fue saqueada por siglos, la gran riqueza mineral del subsuelo, que hoy es todavía causa de la más inhumana explotación de los trabajadores. Cuando uno recorre las laderas de los cerros de Concepción del Oro, Zacatecas, hacia Melchor Ocampo, saltan a la vista los vestigios de pueblos mineros abandonados en la época colonial y el siglo XIX, y lo mismo pasa al llegar por el túnel de Ogarrio, el más largo construido por el porfiriato, al bello Real de Catorce, en San Luis Potosí.
El centro y el sur del país, por lo contrario, poseen mucha más fertilidad, al extremo de que en Tabasco hay tanta agua como cielo. Paradójicamente, aunque es mucho menos montañoso que el norte y que el centro, donde despuntan los volcanes del valle de México, el sur tiene las cimas más elevadas de la orografía nacional, como por ejemplo el Pico de Orizaba o el Cofre de Perote, sin olvidar que hay zonas muy altas en la sierra sur de Oaxaca o en la sierra de Chiapas limítrofe con Guatemala, donde los nombres de los pueblos contradicen a la realidad, porque se llaman El Porvenir, La Grandeza y Bellavista y son de los más pobres y marginados que he visto. Así como las nogaleras y la minería son características del norte, el sur es la región natural del café.
La doble vida de las barrancas
En cuanto a belleza, todo México es espléndido. Se puede pensar que las grandes llanuras y los cerros pelones del norte son monótonos, pero no es así, hay una asombrosa variedad de formas. En las cumbres de Durango, en la Sierra Tarahumara, en la península de Baja California, en las montañas de Coahuila, Sonora o de Nuevo León, de repente, en medio del camino, surgen rocas gigantescas, que parecen esculpidas por la mano del hombre, con aspecto de aguilas, frailes, sillas, dientes, pirinolas.
Es imposible dejar de admirar las cordilleras, los despeñaderos, las cuevas, las cascadas que brillan desde lejos como hilos de plata, o las grandes mesetas con su extraordinaria diversidad de cactos. Y por todas partes hay cerros majestuosos e históricos, que tienen nombre propio, cerros con plataformas y peñascos, entre los que sobresalen los cañones y las barrancas con distintos climas, vegetación y culturas, arriba y abajo, como ocurre al pie de la Barranca del Cobre, donde crecen los plátanos y los cocoteros, mientras en lo alto abundan los pinos y las casas con chimenea. Otro caso representativo de esta dualidad es el de la Misión, Hidalgo, donde el delicioso chile rallado se siembra abajo y luego se transplanta y se cosecha arriba.
En enero de 2007, visité algunos municipios de Chihuahua. Estaba nevando y había hielo sobre la carretera de Parral a Guadalupe y Calvo. Ahí se encuentra el cerro más alto de ese estado, el Mohinora, un pico a 3 mil 300 metros sobre el nivel del mar. En esa gira fuimos también a Madera, municipio emblemático porque ahí nació, en los tiempos de mayor opresión política, la guerrilla mexicana moderna con el asalto al cuartel militar. Y qué decir de la monumental sierra de la Rumorosa, en el camino de Mexicali a Tijuana, o de los manglares de la costa de Nayarit, o de los cielos estrellados de la sierra de Sonora, o de las puestas de sol de Caneto de Comonfort en Durango.
Por mi origen, desde luego, disfruto más la flora y la fauna exuberante de las zonas cálidas de gran humedad. Me gustan mucho las Huastecas, la potosina, la hidalguense y la veracruzana; todas las regiones de Michoacán, los paisajes del estado de México, la Sierra de Puebla con sus impresionantes caídas de agua, las costas del Pacífico; las grandes lagunas costeras del Golfo; los pantanos de Tabasco con su flor del sol y sus noches de plenilunio; el mar turquesa del Caribe y la belleza natural de todo Chiapas.
Las frutas de Tepeyanco
Los nombres de los municipios mexicanos suelen ser de héroes y de santos, aunque predominan los que se componen de palabras indígenas en lengua náhuatl. En cuanto a la arquitectura, la mayoría de las cabeceras municipales tiene su plaza central con kiosco, rodeada de portales, su iglesia o convento antiguo y su palacio de gobierno. Las calles principales ostentan los nombres de nuestros héroes: Hidalgo, Morelos, Juárez, Madero, o se llaman Independencia, Reforma o Revolución. Cuando uno topa en una calle con cualquiera de estos nombres, sabe que está en el centro del pueblo, cerca de la plaza pública. Por lo general, es más antiguo y majestuoso el templo católico que el edificio del ayuntamiento. Puebla, sin duda, es el estado con las iglesias más bellas. Las plazas son agradables, pese a que han sido remodeladas más de una vez, por autoridades que desean dar la imagen de que trabajan y también para justificar la corrupción.
Tengo presentes las ceibas centenarias de la plaza de Ocampo, Tamaulipas y la de Huitiupán, Chiapas, tan antiguas como las de la zona arqueológica de Yaxchilán, a la orilla del río Usumacinta, en la frontera con Guatemala. En el jardín principal de Tepeyanco en Tlaxcala, hay árboles frutales y la cosecha se vende para dar mantenimiento a la plaza.
Es un placer visitar Cuchillo Parado en Chihuahua, donde comenzó la Revolución Mexicana antes del 20 de noviembre de 1910; o la remota y serrana comunidad de Ayoxustla, en Puebla, donde se firmó el Plan de Ayala. En verdad, ha sido un privilegio haber podido estar en tantos sitios y poblaciones de relevancia histórica.
Hay muchos pueblos bellos en todo México, pueblos mágicos, como se les llama ahora, aunque no todos han sido catalogados así por la Unesco. Uno de ellos es San Sebastián del Oeste, en Jalisco, que es realmente hermoso.
Los caminos de la corrupción
Es notoria la carencia de infraestructura y de servicios básicos en los municipios. De los 2 mil 38 que visité, 108 no cuentan con caminos pavimentados a sus cabeceras municipales. El estado más atrasado en este aspecto es Oaxaca; de sus 152 municipios de régimen de partido, hay 36 sin pavimento. Le sigue Puebla con 15; allí y en la región de la Montaña de Guerrero, constaté no sólo el mal estado de los caminos, y vi que los nuevos, los que apenas están construyendo, son de tan mala calidad que a más tardar en un año volverán a ser de terracería.
En esta rama de actividades es común que constructoras privadas se asocien con los gobernadores o con los secretarios de Obras Públicas para obtener contratos mediante la entrega de dinero a funcionarios; por lo tanto, realizan trabajos de mala calidad, sólo para aguantar entrega
. Y, en las tierras bajas, donde son frecuentes las lluvias, muchas veces no compactan bien o no llevan a cabo obras de drenaje, lo que provoca hundimientos y la destrucción de la de por sí delgada capa de pavimento.
De igual forma, en las zonas altas o de terrenos quebrados, no construyen buenos taludes y las lluvias ocasionan derrumbes que se llevan tramos completos de carretera. En este caso, cuando se inauguran las obras, sólo se recorre una parte del camino y se destaca, entre palmadas y elogios, los seis metros de ancho de la carpeta asfáltica, pero no se toma en cuenta el problema de los taludes y de los derrumbes, que a menudo provocan la muerte de personas, como sucedió el 5 de julio de 2007, en el tramo de la carretera Coxcatlán-Tlacotepec de Porfirio Díaz, en la sierra Negra de Puebla.
El ejemplo de San José Tenango
Es más, hay caminos que aparecen como pavimentados en las guías roji de carreteras, que se elaboran con información oficial, pero realmente son de terracería y, seguramente, fueron cobrados de antemano. Sin duda, los estados con peores caminos son los del sur del país; en este orden: Oaxaca, Guerrero, Puebla, Veracruz e Hidalgo. Aunque también hay malos caminos en San Luis Potosí, Guanajuato, Chihuahua, Nayarit, Durango y Sonora. En muchos lugares, ante la falta de mantenimiento gubernamental a las carreteras, hombres, mujeres y niños se dedican a tapar los hoyos con tierra y reciben cooperación voluntaria de quienes las transitan.
En cuanto a las vías interestatales, el contraste es evidente entre el norte, el centro y el sur del país. En esta última región hasta las llamadas autopistas de paga están en pésimas condiciones. Sin embargo, como en todo, hay honrosas excepciones. No puedo dejar de reconocer que en San José Tenango, en la Sierra Mazateca de Oaxaca, un presidente municipal del PRD organizó a la gente y decidió usar los escasos recursos del ayuntamiento para construir de concreto y con mano de obra de las comunidades, el camino hacia Huautla de Jiménez, que llevaba años intransitable. Me tocó, al fin de esa administración, en 2007, dar el Grito de Independencia en este pueblo y constatar la alegría de la gente porque estaban por inaugurar el camino que habían deseado toda su vida. Allí, por cierto, en las elecciones de finales de ese año, a pesar del gobernador de Oaxaca, Ulises Ruiz, el PRD volvió a ganar. Ojalá y todas las autoridades surgidas de nuestro movimiento sigan este ejemplo de honestidad y trabajo.
II
En todo el país la gente del pueblo es buena y trabajadora. Los norteños son muy emprendedores. Por lo general, son serios, poco expresivos, pero muy respetuosos. En las asambleas escuchan atentamente, no aplauden con facilidad, actúan como ciudadanos en sentido clásico, son más razón que pasión. La gente más progresista del norte es la de Nayarit, Sinaloa, La Laguna, el sur de Sonora, Colima y las Baja Californias. También lo son quienes viven en las ciudades fronterizas, posiblemente por el fenómeno migratorio. En Michoacán, por su gran cultura purhépecha y por las enseñanzas de Morelos, Ocampo, Mújica y el general Lázaro Cárdenas, la gente es liberal y de vocación social bien arraigada. Jalisco, contra lo que se piensa, no es conservador, le ayuda la influencia de Michoacán, su población de origen indígena, el carácter abierto de los costeños, y el espíritu cosmopolita de Guadalajara.
En el centro del país predomina la influencia de la gran ciudad de México. Mucha gente de los estados más cercanos ha emigrado al Distrito Federal y mantiene comunicación con familiares que todavía viven en pueblos de San Luis Potosí, Querétaro, Hidalgo, estado de México, Guanajuato, Michoacán, Puebla, Tlaxcala, Morelos, Oaxaca y Veracruz. En toda esta región predominan las culturas indígenas, la población es trabajadora y generosa. Mención especial merecen los habitantes de la ciudad de México, los más progresistas del país, los más informados y politizados pero, sobre todo, los más solidarios. Mi admiración y respeto a los guerrerenses por su ejemplar vocación de lucha. Siempre han demostrado su amor por la libertad y la justicia. Los habitantes del sureste son festivos y están llenos de pasión. Alguien dijo que un tabasqueño vive en un día las pasiones, los amores, las desdichas y las alegrías, que le llevaría un año experimentar a otros seres humanos.
Un país abundante en pobreza
En México los más pobres son los indígenas de todas las regiones y etnias. Fue tan cruel la conquista y la colonia que, en pos de la libertad y de sus culturas, y para salvarse de la esclavitud y la encomienda, se fueron remontando a las partes más alejadas e inhóspitas del territorio. Es el caso de los huicholes, coras y tepehuanes de las sierras de Jalisco, Zacatecas, Durango y Nayarit; el de los tarahumaras de Chihuahua, de los yaquis de Sonora, el de los náhuas de las montañas de Puebla, o de los chontales de los pantanos de Tabasco. Como sabemos, todos los pueblos originarios estaban asentados en los mejores valles o en las franjas costeras y con la colonización se les despojó de sus tierras y se fueron a proteger a zonas inaccesibles, de refugio
.
No sólo padecieron durante la colonia, sino después de la independencia y hasta el porfiriato en que eran acosados por enganchadores para ser convertidos en peones acasillados de las haciendas. Desde la conquista, la explotación del indígena siempre se ha querido justificar con una supuesta inferioridad racial. Este pensamiento, desgraciadamente, aún persiste. Con frecuencia se olvida que la pobreza no es producto ni de la raza, ni de la fatalidad, ni del destino, ni porque Dios quiere, sino de la injusticia y de la opresión.
La pobreza está por todas partes del país, aunque es más agobiante en las comunidades indígenas del sur y del sureste. Hay mucha pobreza en pueblos como San Juan Cancuc, Chalchihuitán y Chanal, en la zona de Los Altos en Chiapas; duele lo que sucede en muchos municipios y comunidades de Oaxaca; inclusive, en la región de la costa, donde habita población afromexicana que vive en el abandono.
Recuerdo que por un camino de terracerías, llegamos una tarde-noche a Tapextla, comunidad cercana a Cuajinicuilapa, en la zona limítrofe entre Oaxaca y la Costa Chica de Guerrero. Allí, a pesar de la marginación, conservan su cultura y sus bailes tradicionales, zapatean arriba de un tronco hueco de árbol de parota, llamado artesa. En todas las comunidades pobres de México, lo único que no les falta es la música; sea con violín como en Chiapas, o con bandas como en Oaxaca o en la Montaña de Guerrero. En mi visita a Cochoapa, Guerrero, municipio de nueva creación –que surgió al dividirse el territorio de Metlatónoc, considerado el más pobre del país–, me impactó tremendamente el silencio de la gente. Me recibieron con música de banda de acordes tristísimos. Allí me llené de sentimientos. Les dije despacio que nuestra lucha se resume en una frase: arriba los de abajo, arriba los pobres y abajo los privilegios.
También hay mucha pobreza en la sierra de Zongolica, Veracruz; en la sierra de Hidalgo y Puebla, y en las Huastecas; lo cierto es que la pobreza está extendida por todo el país.
La despoblación del campo
En los tiempos de la política neoliberal o de pillaje, el sur-sureste se ha vuelto como Centroamérica y el norte se ha empobrecido como era antes el sur-sureste. Durango es el estado con más pobreza en el norte. Recientemente estuve en Benjamín Hill, Sonora, que antes de la privatización de los ferrocarriles era una importante estación del tren; ahora es un pueblo desolado, con población desempleada, y esto se repite en muchos otros municipios de esa región. No olvidemos que en los últimos 26 años, el modelo económico impuesto ha consistido en la creación de islotes de progreso rodeados de pobreza.
La mayor parte del territorio nacional se despobló por el abandono al campo y la gente se ha ido a vivir y a buscarse la vida al extranjero, a ciudades fronterizas, a centros turísticos y a algunas ciudades del interior del país. De los 2 mil 38 municipios que visité, la mitad tiene ahora menos población que en 1980.
Por el fenómeno migratorio hay pueblos abandonados o donde sólo viven ancianos, mujeres y niños, porque los jóvenes han salido a buscar oportunidades a otras partes o del otro lado de la frontera. Este éxodo ha servido como válvula para aminorar la presión y evitar un estallido social. Imaginemos lo que hubiese pasado si durante este largo periodo de estancamiento económico y desempleo no hubiesen ido a buscarse la vida a Estados Unidos 8 millones de mexicanos. Ha sido doloroso e infame este exilio forzado por la necesidad de muchos compatriotas, pero al mismo tiempo, ha sido un factor de estabilidad política y social. Además, ha permitido que ingresen remesas anuales por más de 20 mil millones de dólares, en beneficio de las familias de nuestros paisanos y de la economía de los pueblos en muchas regiones. Gracias a la migración, en zonas tradicionalmente pobres de México, como el Valle del Mezquital en Hidalgo o la Mixteca poblana, oaxaqueña y guerrerense, se ven mejoras importantes en las viviendas que ningún programa gubernamental ha propiciado.
Los que no han emigrado viven con muchas carencias, hay hambre y desnutrición; los trabajadores deben resignarse con salarios que apenas les permiten sobrevivir; la gente no tiene siquiera para lo más elemental: para el pasaje, la compra de medicamentos, para el gas, la luz, o para vestir y calzar a los hijos; hay muchos enfermos y discapacitados sin ninguna atención. El llamado Seguro Popular
es pura demagogia; faltan médicos y en los centros de salud sólo entregan recetas, porque se carece de medicamentos.
En municipios de la Mixteca de Puebla, limítrofe con el estado de Guerrero, concretamente en Ahuatlán e Ixcamilpa, me pidieron con desesperación que denunciara que los centros de salud no tienen suero contra picaduras de alacrán, que es lo más urgente. En materia educativa el atraso es notorio, en las comunidades más apartadas sólo hay clases de martes a jueves. Muchas veces, un maestro debe atender a los alumnos de varios grados. Los profesores están mal pagados y para obtener una plaza necesitan comprarla en 150 mil pesos.
También debo decir que en ciertas partes del país ha habido crecimiento económico, pero esto no ha significado mayor bienestar para su población. Por ejemplo, en las ciudades fronterizas hay empleo en las maquiladoras pero muy mal pagado. Una mujer que trabaja recibe 500 pesos a la semana y, por lo general, sólo en transporte y en celular se gasta la mitad. Y vive en colonias donde no hay pavimento, escasea el agua, no cuentan con guarderías, la gente habita en viviendas precarias y ha crecido la desintegración familiar y la pérdida de valores comunitarios.
De estas colonias son algunos jóvenes que por problemas familiares, el mal trato y ante la falta de oportunidades de trabajo bien remunerado y de estudios, han tomado el camino de las conductas antisociales. Pero no olvidemos que la pobreza en las comunidades indígenas se enfrenta en una atmósfera colectiva de auténtica solidaridad; algo distinto al individualismo que se ha venido entronizando en las zonas urbanas pobres.
Cuando fui jefe de gobierno en la ciudad de México, comprobé que la mayor incidencia delictiva provenía de barrios y colonias con más descomposición social y era menor la delincuencia en el sur de la ciudad, en delegaciones como Tlalpan, Tláhuac, Xochimilco y Milpa Alta, donde se tienen arraigados valores colectivos y vínculos comunitarios. De modo que mejores oportunidades de trabajo y de estudios, impiden el desbordamiento de la violencia, pero también a mayor cultura y valores comunitarios, menor delincuencia.
Al recorrer el país he vuelto a comprobar que la comida tradicional del pueblo de México es variada, sana y nutritiva. La comida, como el habla de la gente, obedece a la cultura de cada región. Entre más predominio indígena existe, es mayor la variedad de condimentos y guisos. El México del norte es más carnívoro, el del centro y del sur, con más presencia indígena, es más vegetariano; la costumbre de comer pescado está en todas partes, no sólo en las costas, también en las zonas centrales. Me llevaría mucho espacio abordar la diversidad de la comida mexicana, que va desde la carne seca de Chihuahua, pasando por el huauzontle de Tlaxcala hasta el caldo de cuatete y mariscos de la Costa de Guerrero, al que llaman rompecatres.
La comida es deliciosa, qué duda cabe, el problema es que la gente no tiene para comprar lo que necesita. Con un salario mínimo en 1982 se podían adquirir 56 kilos de tortilla; hoy apenas alcanza para 5. La falta de dinero limita la ingesta de proteínas, las porciones no son suficientes y se compra la carne más barata y con menos nutrientes.
Además, se han venido introduciendo malos hábitos alimenticios. Es ilógico que se consuma tanta coca-cola o su equivalente, habiendo, sobre todo en el medio rural, la posibilidad de tomar agua de fruta de temporada, más barata y nutritiva. La coca-cola cuesta tres veces más que el agua de fruta. Hay quienes justifican este hábito diciendo que estos productos embotellados aportan calorías, aunque en caso de ser cierto, esta misma energía se podría obtener de bebidas tradicionales como el pozol y el tascalate, elaborados de maíz con cacao, o el chilate, de arroz y cacao.
Lo mismo puede decirse de otros productos chatarra, como el jamón, las hamburguesas, las papas fritas, los gansitos y el pan industrializado, que no alimentan y son muy caros. Por eso considero fundamental un plan de orientación nutricional, utilizando los mismos tiempos y espacios en medios de comunicación que emplean las grandes empresas para promover el consumo de sus productos.
Con este propósito también debe informarse sobre el contenido de elementos químicos en los alimentos: es escalofriante saber que para la engorda de ganado se usa de manera generalizada clembusterol, así como otras hormonas y sustancias químicas nocivas se utilizan en la producción de cerdos, pollos y huevos, todo lo cual daña la salud y provoca enfermedades. Tenemos que volver a lo natural. Regresar a la alimentación sin productos químicos no es cosa sencilla, pero es inaceptable que donde se puede no se haga por falta de información y de orientación nutricional.
III
Como expresé anteriormente, en el territorio mexicano predominan las zonas áridas y montañosas, aunque una buena parte es susceptible para la producción agrícola, ganadera y forestal. La gran diversidad de suelos y climas permite el cultivo de muchas especies; además, hay en la población una importante vocación productiva.
Sinaloa es el estado más agrícola de México, es donde hay más sistemas de riego, se usa tecnología moderna y agroquímicos en la siembra de frijol, maíz y hortalizas. Sonora es el principal productor de trigo. Tamaulipas de sorgo. Aunque también sobresalen, en cultivos de ciclo corto, Baja California, Jalisco y el Bajío. Es admirable lo que hacen, sin apoyo gubernamental, los campesinos pobres productores de frijol de Zacatecas, Durango, San Luis Potosí y Nayarit.
Más bien por cultura, para sobrevivir, para no emigrar, siguen sembrando, a pesar de que constantemente aumentan los precios de los insumos, en particular del fertilizante, que subió en un año hasta 300 por ciento, y de que les pagan cuatros pesos por kilo cuando se vende en 20 al consumidor. Este mismo amor a la tierra y al trabajo lo comparten los productores que cultivan, sobre todo, maíz en las comunidades campesinas e indígenas, en pequeñas propiedades y ejidos del centro, sur y sureste. La mayoría lo hace sin crédito, sin asistencia técnica y obtienen en promedio dos toneladas por hectárea, a diferencia de Sinaloa donde se cosechan hasta 10 toneladas por hectárea.
La amarga industria del azucar
En el sureste es muy poco lo que se produce para el mercado, casi todo es para el autoconsumo y la economía familiar; es decir, se combina la agricultura con la crianza de animales de corral como gallinas, pavos y cerdos. Me detengo también en describir un poco la gran vocación productiva de los campesinos del Valle de México, incluyendo a Hidalgo, Puebla y Tlaxcala; estos últimos siempre se han parecido por su laboriosidad a los pobladores de China: trabajan hombres, mujeres y niños, desde muy temprano hasta que anochece, en pequeñas parcelas, donde siembran maíz, frijol y hortalizas, pero además, en los solares o patios tienen borregos, chivos o vacas, y dentro de la casa el telar; es la economía campesina familiar más integrada del país.
El café es un cultivo clave para el bienestar de muchas familias campesinas. Se produce en las zonas más pobres de México, donde vive la población indígena más marginada. Hablo de la Montaña de Guerrero, de Hidalgo, Puebla, Veracruz, Oaxaca y Chiapas. La calidad del café mexicano es de primera; tiene el aroma y la fortaleza que le da la altura donde se cosecha; es injusto e irresponsable que no haya un proyecto de fomento al cultivo y a la comercialización del café y que los habitantes de estas zonas cafetaleras, sobre todo los jóvenes, estén emigrando por falta de trabajo y bienestar. Estoy más que convencido de que debe aplicarse un subsidio directo al productor para mejorar las condiciones de vida de miles de familias campesinas y evitar una mayor descomposición social.
Aún con la tremenda crisis del campo, sigue en pie la industria azucarera. Aunque, como siempre, los dueños de los ingenios han sido apoyados por el gobierno, al grado que recientemente con el gobierno de Fox se expropiaron inexplicablemente
27 ingenios y el resultado fue que los empresarios ganaron los juicios y lograron que les devolvieran sus instalaciones. Este ensayo
le costó al erario 13 mil millones de pesos. A pesar de todo, la producción de azúcar es muy importante, porque no sólo genera riqueza, sino que la distribuye. De esta actividad viven más de 400 mil familias. Donde hay un ingenio se ayudan los productores, los cortadores de caña, los trabajadores de la industria, mecánicos, choferes y el comercio de la región; por eso hay que evitar que se cierren, porque significaría más ruina y pobreza.
Vacas a 5 pesos kilo
Las plantaciones de frutas y de otros productos están extendidas por todo el territorio nacional. Se cultivan flores en el estado de México; nopales en Milpa Alta, Distrito Federal; agave en Jalisco y Guanajuato; manzanas en Cuauhtémoc, Chihuahua y en Puebla; la vid en Valle de Guadalupe, Baja California, así como en Sonora, Aguascalientes y Coahuila; la nuez en Durango, Coahuila, Chihuahua y Nuevo León; el aguacate en Tancítaro, Peribán y Uruapan, Michoacán; la guayaba en Zitácuaro y Benito Juárez, Michoacán, y en Calvillo, Aguascalientes; el limón en Colima; la naranja en Álamo, Veracruz, Nuevo León y Tamaulipas; el plátano en Teapa, Tabasco, Tapachula, Chiapas y San Rafael, Veracruz; el cacao en Tabasco; el melón en La Laguna; las piñas, en Loma Bonita, Oaxaca e Isla, Veracruz; el mango en Veracruz; la papaya en Chiapas; el coco en Guerrero; y recientemente, se han venido introduciendo nuevos cultivos como la palmera para la elaboración de aceites en Palenque, Chiapas, y se está sembrando para la exportación frambuesa en Jocotepec, Jalisco, y arándano en los Reyes, Michoacán.
La ganadería, sobre todo la crianza de bovinos, está en franca decadencia. Se ve poco ganado y muchos potreros abandonados. Hay miles de hectáreas de praderas amarillas, sin animales, en Chihuahua y Durango. Hay corrales de engorda en los estados del norte, pero no abundan. Un pequeño ganadero de San Bernardo, Durango, y esto me lo repitieron en Chihuahua, Sonora, Veracruz, Chiapas y Tabasco, me explicó con enojo que les pagaban las vacas en pie a 5 pesos el kilo y a 16 pesos el becerro, cuando todavía hace seis años recibían el doble.
Es inexplicable que una vaca de 400 kilos cueste dos mil pesos, que a los productores les paguen 5 pesos por kilo y la carne se venda al consumidor a 50 pesos el kilo. La ganadería es de las actividades más afectadas por las políticas de apertura comercial sin límites, que empezó a aplicarse desde 1983, porque se puso a competir a los productores nacionales con los extranjeros en condiciones de desigualdad. En Estados Unidos el productor de carne tiene un subsidio equivalente al 50 por ciento de su costo de producción, y hay países de Europa en donde al productor lo subsidian con dos dólares diarios por cabeza de ganado, mientras en México están abandonados a su suerte.
En cuanto a la crianza de cerdos, aunque la porcicultura también está afectada por la importación de carne, sigue habiendo actividad en Jalisco y Michoacán. De igual forma, la avicultura se concentra en Sonora, Jalisco y Puebla, aunque está extendida por todo el país. Es muy importante la apicultura en la península de Yucatán, aunque tampoco obtiene apoyo del gobierno. Hay miles de pequeños productores de chivos y borregos en Oaxaca, Puebla, Hidalgo y en otros estados de la República.
Sembrar un millón de cedros
Ahora que he vuelto a recorrer el país, insisto en que debe impulsarse la actividad forestal. Es triste constatar la devastación de los bosques de Durango; en poco tiempo, han arrasado con ellos, sin aprender a manejarlos de manera racional. Mantengo la idea de sembrar un millón de hectáreas de árboles maderables, sobre todo, cedro, en los estados de Veracruz, Oaxaca, Chiapas, Tabasco, Campeche y Quintana Roo, con varios propósitos: crear empleos, arraigar a los jóvenes campesinos a la tierra, detener el fenómeno migratorio, reforestar y lograr la autosuficiencia en la producción de madera porque actualmente, estamos importando el 50 por ciento de la madera que consumimos. Estoy consciente que se trata de una actividad cuyos beneficios se dan a largo plazo, pero hay que hacerlo, porque es mucha su importancia económica, ecológica y social.
La pesca también es muy importante. Tenemos 11 mil 122 kilómetros de litorales; hay lagunas, ríos, arroyos y vasos de presas, que se utilizan para esta actividad. La contaminación ha provocado prácticamente la desaparición de la pesca de aguas interiores, no sólo por desechos industriales, sino también por la falta de tratamiento de las aguas negras. Es preocupante la sobreexplotación y la falta de fomento que están acabando con mojarras, robalo, sábalo, piguas, tortugas de agua dulce, manatíes, lagartos y prácticamente toda la fauna acuícola tropical. Lo mismo sucede con los animales de monte como el venado, tepescuintle, armadillo, jabalí, jaguar, puma y otros. Y están desapareciendo especies de pájaros y patos.
Algo que sí ha tenido éxito, y debemos reconocerlo, es la protección de la tortuga marina, ejemplo de que sí se podría llevar a cabo un programa de conservación de la gran variedad de especies que hay en el país. En el norte hoy se cuida más al venado, al borrego cimarrón, al tigre y al león, pero están de moda los llamados ranchos cinegéticos donde se permite la cacería de estos animales. En una ocasión, en San José de los Cabos me platicaron del ganado que a través del tiempo se fue remontando a la sierra y se volvió salvaje, y ahora son animales enormes y fieros que sólo se pueden cazar con armas de alto poder.
Hablando de la península de Baja California es menester decir que tanto en el Pacífico como en el Mar de Cortés, hay un gran potencial pesquero. Es importantísima la pesca de langosta y de abulón en Bahía de Tortugas. Allí mismo, en el Pacífico, llegan cada año ballenas desde Canadá, a las lagunas de Guerrero Negro y López Mateos. El mar de Cortés es un estero natural lleno de vida marina; en Mulegé es tanto el calamar que capturan que los pescadores se quejan de que les pagan a dos pesos el kilo.
Por la soberanía alimentaria
La zona pesquera del Pacífico, con base en Mazatlán, es la más importante del país: recientemente, en los límites de Nayarit y Sinaloa, encontraron un enorme banco de callo de hacha que ojalá lo exploten de manera racional. En el Golfo de México también hay mucha actividad pesquera, desde Tamaulipas hasta Quintana Roo, pasando por Alvarado, Veracruz, donde sus pobladores además de hablar con franqueza, son los pescadores que dominan toda la costa del Golfo hasta el río San Pedro, en los límites de Tabasco con Campeche. En la península de Yucatán, destaca Champotón, importante puerto pesquero, famoso por su camarón pequeñito y espléndido, lo mismo que Ceibaplaya, Campeche, Celestún, Sisal, Progreso, Dzilam de Bravo, San Felipe y Río Lagarto, en la cornisa de Yucatán, lugares pesqueros muy afectados por los huracanes y santuario natural de flamencos y zona de chivitas, un caracol exquisito.
En suma, estoy convencido de que México puede ser autosuficiente en la producción de todos los alimentos que consumimos. Es cosa de cambiar la política económica que tiene en el abandono al campo y a todas las actividades productivas, apostando a comprar en el exterior todo lo que necesitamos. El año pasado se destinaron 22 mil millones de dólares a comprar maíz, frijol, arroz, leche, carne de res, de cerdo, desechos de pollo y otros alimentos. Dinero que podría ser utilizado para rescatar al campo y reactivar la producción agropecuaria, forestal y pesquera, crear empleos y atemperar el fenómeno migratorio.
Es absurdo que estemos comprando alimentos y expulsando mano de obra. Pero lo más importante es tomar la decisión de lograr la soberanía alimentaria, lo demás es lo de menos. Consistiría en hacer una planeación por estados y por regiones, estimular la producción con precios justos, mediante subsidios donde se requiera, resolver problemas de almacenamiento, distribución y comercialización. Considero que no se necesita mucho dinero, es cosa de orientar adecuadamente lo que se tiene, evitando la corrupción y el despilfarro. Pero insisto: el Estado debe asumir su responsabilidad como rector de la economía para garantizar el regreso al campo y el bienestar de la gente.
IV
En mis recorridos por el país pude comprobar que en los últimos tiempos se ha reactivado la explotación minera. Se trata de una actividad dominada básicamente por tres consorcios nacionales –Minera México, Peñoles y Grupo Carso–, así como por empresas extranjeras, sobre todo canadienses.
La privatización de este sector se ha llevado a cabo de manera silenciosa, pero profunda. Durante el gobierno de Salinas se reformó el artículo 27 y se concesionó a particulares, nacionales y extranjeros, la explotación de los recursos mineros. Bajo el gobierno de Vicente Fox se ampliaron las concesiones de 25 a 50 años, con la posibilidad de prorrogarse. Actualmente, se encuentran concesionadas 24.5 millones de hectáreas del territorio nacional, superficie equivalente a la extensión del estado de Chihuahua, el más grande del país. De modo que, prácticamente, toda la superficie y el subsuelo con potencial minero han sido enajenados para el aprovechamiento de unas cuantas compañías nacionales y extranjeras.
Esta desaforada entrega de bienes de la nación y los altos precios de los metales en el mercado internacional, propiciaron que la minería creciera más que otros sectores de la economía. En materia de metales preciosos, la producción de oro pasó de 6.2 toneladas en 1980 a 39.3 para 2007, un incremento de 533 por ciento; la extracción de plata aumentó de mil 500 toneladas a 2 mil 311 (60 por ciento); y en lo que se refiere a metales industriales no ferrosos, destaca la producción de cobre y zinc, que creció de 414 mil a 762 mil toneladas (84 por ciento en promedio).
Según cifras oficiales, el valor total de la producción minera en 2007 fue de 113 mil 429 millones de pesos. Sin embargo, esta bonanza ha generado muy pocos beneficios al pueblo y a la nación. La actual explotación minera se parece mucho a lo que pasaba durante el porfiriato, los dueños de las compañías se llevan todas las ganancias, no pagan impuestos, los trabajadores reciben bajos salarios, no cuentan con protección ni con la debida seguridad social, y los sindicatos, con la complacencia del gobierno, están siendo tomados por las empresas, independientemente del cuestionamiento que se les pueda hacer a sus dirigentes.
Cerro de San Pedro y Mulatos: desesperación y resistencia
Los enclaves mineros son como pequeños estados dentro del territorio nacional. Los dueños de las empresas dominan todo; tienen guardias blancas, en los lugares más recónditos han construido hoteles y casas para sus directivos, mientras que los obreros carecen hasta de lo más indispensable y los pueblos donde se encuentra el mineral están en el más completo abandono. Visité municipios mineros como Moris, Ocampo, Témoris, Chinipas y Urique, en Chihuahua, y Tayoltita y Topia, en Durango, y tuvimos que transitar por caminos de terracería en pésimas condiciones. A Tayoltita se llega después de cinco horas de viaje por una brecha. El oro lo sacan por avión, hace cien años la mina era explotada por norteamericanos, y ahora por canadienses. En Urique sucede lo mismo, ahí se encuentra la mina El Zauzal en manos de la empresa canadiense Goldscorp Inc, que es la que más oro produce en el país (alrededor de 9.5 toneladas al año, 25 por ciento de la producción nacional).
Los abusos de las compañías indignan y se repiten por todas partes; cuando estuve en Sahuaripa, Sonora, pobladores de Mulatos, una comunidad de ese municipio me pidieron con desesperación que les ayudáramos porque la compañía canadiense Alamos Golden Inc, que explota oro desde hace cinco años, está devastando el ecosistema, contaminando mantos acuíferos, arroyos y ríos, causando la mortandad de peces y ganado. Incluso, tiene la intención de desaparecer la comunidad porque debajo del poblado se encuentra la veta más grande que pretenden explotar.
Lo mismo me manifestaron en Melchor Ocampo, Zacatecas, en Huizopa, Chihuahua y en Cerro de San Pedro, San Luis Potosí. En este último municipio, sus pobladores han dado una lucha heroica no sólo en contra de otra minera canadiense Metallica Resources, sino del gobierno del estado y del federal. Allí fue asesinado con vileza el presidente municipal por oponerse a la destrucción del poblado y del cerro emblemático que aparece en el escudo del estado de San Luis Potosí. En Cananea, Sonora, la complicidad entre autoridades y la Minera México es absoluta; los trabajadores llevan año y medio en huelga, el gobernador de Sonora mandó a la policía a reprimirlos, les cerraron el hospital, les quitaron el agua; las autoridades laborales están entregadas a la empresa y, por si fuera poco, el actual secretario de Gobernación, Fernando Gómez Mont, era el abogado de la empresa.
Quiero señalar que de ningún modo me opongo al desarrollo de la minería, creo que es una fuente importante para la generación de empleos, pero es inaceptable el modelo depredador imperante, sustentado en la sobreexplotación de los trabajadores y de los recursos naturales. Es obvio que en Canadá no se permite esta ignominia y siempre he pensado que progreso sin justicia es retroceso. Es inhumano que a tres años de la tragedia de Pasta de Conchos, no se haya obligado a los dueños de la Minera México a rescatar los cuerpos de los mineros, como lo demandan sus familiares.
El absurdo del petróleo: vender naranjas y comprar jugo de naranja
El petróleo es el principal recurso con que cuenta el país para su desarrollo. Estoy convencido de que si se cuida y se explota de manera integral, podría convertirse en el eje de la economía nacional. En mis recorridos por las zonas petroleras me di cuenta de cómo se puede utilizar toda la cadena de valor del sector energético –desde la exploración de yacimientos, la perforación, la producción de crudo y de gas, la refinación, la industria petroquímica, la generación de electricidad y el desarrollo de energías alternativas– para proporcionar al consumidor ,y a la industria nacional, combustibles e insumos baratos que impulsen el desarrollo y la generación de empleos.
Es absurdo que se siga vendiendo petróleo crudo, como materia prima, al extranjero, y compremos casi la mitad de las gasolinas que consumimos, el 18 por ciento del diesel, el 15 por ciento del gas LP y el 15 por ciento del gas natural. Es como vender naranjas y comprar jugo de naranja. Esta irracionalidad sólo se explica por el afán privatizador y los compromisos con empresas y organismos internacionales. De ahí que haya sido fundamental el Movimiento en Defensa del Petróleo.
El año pasado, con la participación entusiasta y decidida de miles de mujeres y hombres, se pudo frenar el propósito de la derecha, de reformar las leyes para entregar la refinación, el transporte, los ductos y el almacenamiento de petrolíferos a particulares, sobre todo a extranjeros. Pero esto aún no termina, continúa el acecho. Es mucha la ambición que provoca este recurso natural estratégico. Sobre todo, debemos estar atentos porque quieren otorgar concesiones a empresas petroleras extranjeras para explorar y explotar nuestro petróleo en áreas o bloques exclusivos del territorio nacional.
Al igual que en la minería, pretenden que la zona petrolera del país se divida en lotes, como ya se anunció en Chicontepec, Veracruz. Pero estamos decididos a impedirlo. El sector energético debe estar única y exclusivamente al servicio del pueblo y de la nación. Más temprano que tarde, vamos a cambiar la política energética, que ha resultado un verdadero desastre. Sólo recuerdo que si no nos hubiesen robado la Presidencia de la República, actualmente estarían por terminarse las tres refinerías que necesita el país para dejar de comprar las gasolinas y el diesel en el extranjero.
8 de cada 10 empleos son de empresas pequeñas
Además, estoy convencido que sólo convirtiendo al sector energético en palanca del desarrollo nacional se podrá apostar a la industrialización del país. Es innegable que mientras el precio de los combustibles y de la energía eléctrica estén por encima de los costos en el mercado internacional, nunca podremos ser competitivos. El sostener a la pequeña y a la mediana empresa, al comercio y a la producción agropecuaria para la generación de empleos implica ofrecer un paquete de insumos energéticos a valores accesibles. El objetivo debe ser bajar los precios de las gasolinas, el diesel, el gas y la luz; y junto con otras medidas de fomento, apuntalar a los miles de pequeños negocios que hay por todo México.
Un dato: el 80 por ciento de los empleos en México están sostenidos por las pequeñas y medianas empresas. Tenemos que alentar la creatividad y la vocación productiva de los mexicanos. En todo el territorio hay pequeños talleres y empresas familiares que sin ningún apoyo gubernamental se dedican a la elaboración de muebles, utensilios para el hogar, huaraches, zapatos, monturas, cintos, sombreros, ropa, salsas, dulces, panes, quesos, café y muchos otros alimentos procesados. Hay infinidad de talleres de reparación. Sigue sorprendiendo el ingenio de las mujeres indígenas en la confección de bordados y tejidos, y de los artesanos de Olinalá, en Guerrero o de Zacoalco en Jalisco, y de muchos otros que son creadores de verdaderas obras de arte.
Continúa viva la tradición prehispánica del comercio. Ahí están los mercados que se establecen cada semana en Oaxaca, Puebla o Michoacán, y donde todavía se practica el trueque. O los grandes tianguis de ropa y calzado como los de San Martín Texmelucan, Puebla; Chiconcuac y San Mateo Atenco, en el estado de México. No olvidemos que gracias a este espíritu emprendedor mucha gente ha logrado anteponerse a las adversidades económicas; es más, si no es por la economía informal –que consiste, sencillamente, en que la gente se busca la vida trabajando en lo que puede– y por el fenómeno migratorio, ya hubiese habido un estallido social en nuestro país. Nada de esto ha sido siquiera contemplado por el gobierno usurpador, Calderón en vez de apuntalar las actividades productivas ante el agravamiento de la crisis, sigue empeñado en proteger a los que lo impusieron, a banqueros, grandes empresarios y traficantes de influencias. Se autonombró el presidente del empleo y lo que hay es mortandad de negocios y actualmente seis mil mexicanos están perdiendo sus puestos de trabajo cada día.
Hacia una revaloración del turismo como industria
México tiene mucho potencial turístico. Lo más extraordinario son sus sitios arqueológicos: su patrimonio histórico y cultural. Eso es lo que realmente nos distingue como país. Y la dolorosa paradoja es que los grupos indígenas, herederos directos de este pasado grandioso, viven en la pobreza y el abandono. Estar en Tulum, Cobá, Chichen Itzá, Uxmal, Edzná, Calakmul, Yaxilán, Palenque, Toniná, Comalcalco, La Venta, Tajín, Mitla, Montealbán, Tula, Teotihuacán, Cacaxtla, Cuicuilco, Xochicalco, Paquimé, La Quemada, Trincheras o el Templo Mayor, y tantos otros sitios históricos, es mirar con asombro el vasto conocimiento de nuestros antepasados en ciencia, ingeniería, astronomía, arquitectura, escultura, pintura, obras hidráulicas, agronomía y en organización social y política.
Puede ser que haya otros países con playas tan bellas como las del Caribe mexicano, pero ninguno tiene, además, tan importantes zonas arqueológicas. Por si fuese poco, habría que agregar la arquitectura colonial, las reservas ecológicas, la flora, la fauna, el paisaje y la espléndida y variada comida de todas las regiones de México. Por eso el turismo debe ser más aprovechado para generar empleos y obtener divisas, aunque cuidando siempre nuestro patrimonio histórico y cultural, así como los recursos naturales y los derechos de la gente.
V
En esta gira por los municipios del país, dediqué tiempo a reflexionar sobre cómo enfrentar los grandes y graves problemas nacionales. Al igual que otros mexicanos, con frecuencia me he preguntado el por qué si México posee importantes recursos naturales, un pasado cultural extraordinario y cuenta con un pueblo bueno, noble y trabajador, como pocos en el mundo, padece de tanto atraso y de una profunda desigualdad social. Desde mi perspectiva, los males que aquejan a la mayoría de los mexicanos y atormentan a la nación, han sido causados por el pequeño grupo que realmente manda y decide sobre los asuntos públicos del país, que se ha apoderado de todo: de las instituciones políticas del Estado, de los bienes nacionales y del presupuesto público. En esto radica que, con una naturaleza pródiga y con un pueblo excepcional, se sufra de un proceso de degradación progresiva.
En nuestro país existe una República aparente, simulada, falsa; hay poderes constitucionales, pero en los hechos un grupo ha confiscado todos los poderes. Esta especie de gobierno mafioso o de dictadura encubierta no sólo ha nulificado la vida democrática, sino que ha causado una infame e inmoral desigualdad económica y social. Basta un dato revelador y contundente: en 1987, cuando se desataron las privatizaciones, en la lista de la revista Forbes, donde aparecen los hombres más ricos del mundo, sólo había un mexicano con mil millones de dólares. Al finalizar el gobierno de Salinas, seis años después, ya eran 22. Y el año pasado, los diez más ricos de México acumulaban 100 mil millones de dólares, mientras la mayoría del pueblo ha sido condenada al destierro y a la sobrevivencia. Es claro pues que más allá del discurso neoliberal, el principal propósito de los potentados ha sido el pillaje, el vandalismo, el descarado traslado de dominio de bienes del pueblo a particulares. Ésta es la cruda y amarga realidad: la riqueza de unos pocos se ha edificado sobre el sufrimiento y la desgracia de la inmensa mayoría de los mexicanos.
Y como es evidente, el país ya no soporta más de lo mismo, se requiere un cambio profundo. Sin embargo, todo indica que quienes se sienten amos y señores de México no quieren ceder en nada. Por el contrario, están obcecados en continuar con el saqueo, aunque terminen de destruir a México. Se atienen a que también son dueños o controlan la mayoría de los medios de comunicación y creen que pueden seguir administrando la ignorancia y manipulando impunemente. Pasan por alto que, como decía Abraham Lincoln, al pueblo se le puede engañar una vez, dos veces, pero no se le puede engañar toda la vida.
Cada vez estoy más convencido que la regeneración tendrá que venir desde abajo y con el impulso de la gente, que sólo así se podrá establecer un gobierno verdaderamente del pueblo, donde el interés general esté por encima de ambiciones personales y de grupos. También creo que el proyecto para la transformación del país, debe girar alrededor de cuatro ideas fundamentales: rescatar a las instituciones políticas del Estado; cambiar el modelo económico; moralizar al gobierno; y crear una nueva corriente de pensamiento.
Rescatar a las instituciones políticas del Estado.
No se logrará ningún cambio si los poderes de la Unión y las instituciones públicas continúan al servicio de unos cuantos. Reitero mi concepción esencial: el Estado se encuentra secuestrado por una minoría y esta es la causa principal del desastre nacional. Por eso lo primero debe ser recuperar democráticamente al Estado y convertirlo en el promotor del desarrollo político, económico y social del país. Hay que desechar el engaño de que para crecer, el Estado debe diluirse o subordinarse en beneficio de las fuerzas del mercado. El Estado no puede eludir su responsabilidad pública, ni económica ni social. Su razón de ser es garantizar a todos los ciudadanos una vida digna y justa, con seguridad y bienestar; y su función básica es evitar que los pocos que tienen mucho abusen de los muchos que tienen poco.
Cambiar el modelo económico
Es indispensable eliminar la actual política económica que ni en términos cuantitativos ha dado resultados. México es uno de los países del mundo que menos ha crecido en los últimos años. La nueva política económica tiene que ser conducida por el Estado. Debe impedirse la injerencia de gobiernos extranjeros y de organismos financieros internacionales. En los últimos 26 años ni siquiera se han elaborado planes de desarrollo en el país, todo se ha hecho a partir de recomendaciones y recetas dictadas desde el exterior. El Estado debe recuperar su facultad para planear el desarrollo de acuerdo al interés nacional.
Entre otras cosas, es fundamental rescatar al campo y al sector energético. Desde 1983, se dejó sin apoyo a los productores agropecuarios y se optó absurdamente por comprar los alimentos que consumimos en el extranjero. Y ahora, en consecuencia, hay tierras ociosas, potreros abandonados, se ha despoblado el medio rural y millones de campesinos han tenido que emigrar. En cuanto al sector energético, todo se ha centrado en la sobreexplotación de los yacimientos petroleros para exportar materia prima, petróleo crudo, y comprar afuera gasolinas, diesel, gas y productos petroquímicos. Todo ello porque se descuidó deliberadamente la industria petrolera para poder privatizarla. Tanto para la importación de alimentos, como para la compra de productos derivados del petróleo, el año pasado se destinaron 75 mil millones de dólares, lo que ha llevado a incrementar, cada vez más, el déficit comercial. En otras palabras, se ha dejado pasar la oportunidad de aprovechar el potencial del campo y del sector energético, que podrían ser los pilares del desarrollo del país y las fuentes principales de crecimiento, empleo y bienestar de la población.
Moralizar al gobierno
Es necesario cambiar la forma de hacer política. Este noble oficio se ha pervertido por completo. Hoy la política es sinónimo de engaño, arreglos cupulares y corrupción. Los legisladores, líderes y funcionarios públicos están alejados de los sentimientos del pueblo; sigue prevaleciendo la idea de que la política es cosa de los políticos y no asunto de todos. Este desprecio por la gente no es más que el reflejo de la falta de convicciones y principios. Por eso quienes se dediquen al quehacer público, deben tener ideales y entender la política como imperativo ético y servicio a la comunidad. Para ello no necesariamente hay que convertirnos en teóricos de la política, sino estar dispuestos a aprender y a poner en práctica lecciones sencillas de dignidad, congruencia, honestidad y amor al pueblo. Y siempre he creído que la enseñanza mayor está en la historia de nuestro país. Qué más digno para un mexicano, que seguir el ejemplo de Hidalgo, Morelos, Juárez, Madero, Villa, Zapata, Flores Magón y el general Lázaro Cárdenas.
En la actualidad la llamada clase política se distingue por el cinismo: ministros de la Corte, diputados, senadores, gobernadores y funcionarios públicos del más alto nivel, independientemente de que incurren con frecuencia en actos de corrupción, cobran sueldos elevadísimos y son de los mejores pagados del mundo; tienen atención médica privada, cajas de ahorro especiales y gozan de muchos otros privilegios que resultan ofensivos, sobre todo en épocas en que la gente padece por la crisis económica y la falta de bienestar social.
En pocas palabras: le cuesta mucho al pueblo mantener al gobierno. Y ante ello, no hay más que hacer valer la política de austeridad republicana, el ejemplo de Juárez y los liberales: el apego al principio de la justa medianía en que deben vivir los servidores públicos. Y a partir de esta idea, debe revisarse todo el funcionamiento del gobierno. La austeridad no sólo es un asunto administrativo, sino de principios; la austeridad significa rigor y eficiencia, pero también justicia. No es aceptable un gobierno rico con un pueblo pobre.
Crear una nueva corriente de pensamiento
La transformación que necesita el país no sólo debe tener como propósito alcanzar el crecimiento económico, la democracia, el desarrollo y el bienestar. Implica también y sobre todo, cristalizar una nueva corriente de pensamiento sustentada en la cultura de nuestro pueblo, en su vocación de trabajo y en su inmensa bondad; añadiendo valores como el de la tolerancia, el respeto a la diversidad y la protección al medio ambiente. Hay que alentar un pensamiento que ayude a impedir el predominio del dinero, del engaño, de la corrupción y del afán de lucro, sobre la dignidad, la verdad, la moral y el amor al prójimo.
Sólo así podremos hacer frente a la mancha negra de individualismo, codicia, y odio que se viene extendiendo cada vez más, y que nos ha llevado a la degradación como sociedad y como nación. No olvidemos que el actual modelo no sólo ha cancelado el futuro de millones de mexicanos que carecen de empleo y de bienestar, sino que alienta como opción casi exclusiva lo material y lo superfluo, al grado de que sólo vale el que tiene y el que pertenece al mundo de las buenas camionetas, el mueble
, la troca, la Hummer, la cheyenne apá
, las joyas, la ropa de marca, el lujo barato. Y en mucho a ello se debe que quienes no encuentran oportunidades educativas o laborales, elijan como salida las conductas antisociales.
Aquí también es necesario apuntar lo irresponsable que ha sido dejar de impulsar la educación pública, sobre todo en el nivel medio superior y universitario. En los últimos tiempos, la política educativa impuesta por la derecha ha propiciado el rechazo de miles de jóvenes que intentan ingresar a las universidades, con el pretexto de que no pasan el examen de admisión, cuando lo cierto es que las universidades públicas no tienen espacios por falta de presupuesto. Por eso una meta justa y razonable, es abrir las puertas de la educación a todos los jóvenes, es decir, cero rechazos, cien por ciento de cobertura. La escuela no sólo enseña sobre temas técnicos, filosóficos o científicos; es un espacio para la convivencia con otros jóvenes y con maestros que transmiten conocimientos para la vida. Me apego al dicho popular, es mejor que estén los muchachos en la escuela que en la calle.
De modo que es indispensable elaborar textos básicos sobre la creación de una nueva corriente de pensamiento y, al mismo tiempo, definir estrategias, objetivos y metas para evitar caer en la improvisación y echar a perder algo tan importante y verdaderamente transformador.
Estoy optimista
No podremos frenar la degradación que se padece actualmente en el país y darle una nueva viabilidad a la nación, si no llevamos a cabo una verdadera transformación en todos los órdenes de la vida pública.
La renovación tendrá que darse de abajo hacia arriba, a partir de una revolución de las conciencias, de un cambio de mentalidades, con la organización y con la participación de la gente. Con estas ideas realicé la gira por el país y, entre otros resultados, pudimos contar con la adhesión de dos millones doscientos mil ciudadanos que se inscribieron como representantes del Gobierno Legítimo y asumieron su compromiso de luchar por la transformación de México. Además, ya estamos por terminar de constituir comités en todos los municipios, y en pocos días, entrarán en acción 15 mil cuadros dirigentes a lo largo y ancho del territorio nacional.
La verdad es que estoy optimista, sobre todo porque no me siento solo, me han acompañado en la conducción de este proceso millones de mexicanos, mujeres y hombres libres y concientes. En mi recorrido constaté que hay una inquebrantable fe en la causa que defendemos. Por eso tengamos confianza, nunca en la historia del país ha existido tanta gente conciente y dispuesta a luchar por la renovación de México. Pronto, muy pronto, crearemos una nueva República, más justa, más humana y más igualitaria.