Alejandro Junco se quedó sin Palabra
El mejor diario de México es La Jornada. A pesar de eso, el periódico más influyente en nuestro país, y por mucho el más rentable, es Reforma. Por consecuencia, el propietario de este último rotativo, Alejandro Junco de la Vega, es uno de los hombres más poderosos de la nación. Y de los más ricos también.
Alejandro, trabajando en mi opinión honradamente, ha acumulado mucho dinero gracias al buen desempeño económico que su negocio ha tenido durante décadas. Incrementó su fortuna cuando terminaba el siglo XX o empezaba el XXI, en los tiempos en que se pusieron de moda los portales de internet, porque vendió a una compañía española en cientos de millones de dólares su empresa de servicios en línea, Infosel, entonces líder indiscutible en el mercado mexicano.
En más de un sentido, Alejandro Junco ha sido un ejemplar editor de periódicos. Cuando nadie lo creía capaz de llevar con éxito a la Ciudad de México su modelo de diarismo diseñado para el gusto de los lectores y los anunciantes de Monterrey, abrió Reforma y en muy poco tiempo superó a los tradicionales líderes, esto es, a Excélsior, El Financiero y El Universal. Pudo hacerlo porque pagaba muy bien a sus colaboradores y reporteros, algo que en la primera mitad de los noventa no hacían sus pichicatos competidores, y también porque se enfrentó con agallas a la Unión de Voceadores, el poderoso monopolio de distribución de periódicos y revistas que fue derrotado y aun humillado por el más joven de los diarios capitalinos. Por lo demás, los periódicos de Junco de la Vega normalmente han sido muy críticos e independientes.
El peor momento periodístico de Reforma se dio en 2006, cuando, por simples complejos de clase, Alejandro Junco obligó a sus editores a atacar a la mala al candidato presidencial de izquierda, Andrés Manuel López Obrador. ¿Por qué lo hizo Alejandro, quien nunca antes, o no de una manera tan infame, había utilizado sus diarios para jugar a la política electoral? Insisto: por complejos de clase.
Previo al arranque formal de las campañas electorales presidenciales, Alejandro Junco visitó a Andrés Manuel López Obrador en el domicilio de este último. Me lo contaron amigos de Alejandro, no Andrés Manuel. Esas personas cercanas a Junco, todas del sector empresarial de Monterrey, me dijeron que Alejandro Junco salió de la casa de AMLO simple y sencillamente escandalizado. ¿Por qué? Por la modestia del departamento de López Obrador. Alguien así, tan a gusto lejos de los lujos y los excesos, se dijo a sí mismo Junco de la Vega, alguien tan diferente a todos los otros políticos siempre deseosos de parecerse a los ricos, no puede ser capaz de entender a los hombres de negocios generadores de riqueza. Así razonó Junco, y se lanzó a combatir al Peje.
Seguramente Junco consideró que el sano desarrollo económico de México necesitaba de un gobernante como Calderón, esto es, mucho más pro empresarial que López Obrador. Qué equivocada se dio el editor de Reforma.
No han pasado tres años desde las elecciones de 2006, y ya el orgulloso y multimillonario Alejandro Junco de la Vega, hombre poderoso como pocos, se ha visto obligado a cerrar, por insolvencia, uno de sus negocios.
Sí, es un hecho que la competencia del internet está golpeando a los diarios en todo el mundo, y es verdad que la crisis financiera tiene alcances globales. Pero si México tuviera un presidente más capaz que Calderón, más austero, más listo, más decidido, alguien digamos como El Peje, la situación económica de la nación no sería tan mala ni el peso estaría tan devaluado ni los lectores andarían tan escasos de dinero. Es decir, con un gobierno distinto, Alejandro Junco no habría cerrado su Palabra, de Saltillo. Ni tampoco estaría diseñando recortes masivos de personal para aplicarlos en El Norte de Monterrey, Mural de Guadalajara y Reforma de la Ciudad de México.
En el pecado el señor Junco de la Vega ha llevado la penitencia.
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