Desfiladero
Jaime Ávilés
■ Adiós al mercado, adiós al Estado, ¿adiós a Pemex, adiós al país?
Mañana, a las 11:00 horas, habrá un pase de lista de adelitas en el Monumento a la Revolución. Pasado mañana, pero por la tarde, habrá otro, allí mismo, con las brigadas de varones. En ambos casos estará presente Andrés Manuel López Obrador, porque el martes, en el Senado, PRI y PAN tratarán de consumar la privatización de Petróleos Mexicanos mediante “pequeñas reformas” –“las que menos nos dividan” como país, según Manlio Fabio Beltrones– para que poco a poco los grandes consorcios internacionales en materia de hidrocarburos empiecen a adueñarse de la renta nacional de Pemex.
Claro está que eso no va a suceder, de ninguna manera, a menos que el Movimiento Nacional en Defensa del Petróleo, que se ha preparado para honrar su compromiso con la historia en estos momentos, sea derrotado en la batalla cívica: eso marcaría la cancelación de cualquier tipo de expectativas para México como país viable. Pero ésta no es una argucia para agitar a los indecisos de última hora: es la lógica conclusión de un análisis colectivo que han puesto en marcha pensadores como el premio Nobel de Economía Paul Samuelson, y el escritor catalán Ignacio Ramonet.
En opinión de Samuelson, la debacle de Wall Street y todas las bolsas de valores del mundo “es para el capitalismo lo que la caída de la Unión Soviética fue para el comunismo”. Para Ramonet, se termina el periodo, abierto en 1981, con la fórmula de Ronald Reagan: “el Estado no es la solución, es el problema”. La verdadera solución de todas las necesidades de la humanidad, se nos dijo tercamente desde entonces, es el mercado. En estos casi 30 años, continúa Ramonet, se formó una burbuja financiera de 250 billones de euros, una masa virtual, de papel, seis veces mayor que el total del dinero circulante en el planeta. Pero de pronto, hace unas semanas, esa burbuja reventó.
En un abrir y cerrar de ojos se esfumaron “más de 200 mil millones de euros”. Acto seguido, la banca de inversión “fue borrada del mapa”; sus cinco entidades principales –Lehman Brothers, Bear Sterns, Merrill Lynch, Goldman Sachs y Morgan Stanley–, dice Ramonet, “se desmoronaron”. Con esos gigantes, agrega, se hundieron “los bancos centrales, los sistemas de regulación, los bancos comerciales, las cajas de ahorros, las compañías de seguros, las calificadoras de riesgos (de inversión en cada país)” y todos los eslabones de la cadena financiera mundial. Los rescates hechos en estos días por los gobiernos nacionales de Estados Unidos, Europa y Asia, subraya, “demuestran que los mercados no son capaces de regularse por sí mismos. Se han autodestruido por su propia voracidad”.
¿Cómo? ¿Los mercados se han autodestruido? ¿Entonces, en países como el nuestro, ya no tenemos ni Estado ni mercado, porque uno renunció a su rol social en beneficio del otro? ¿Y si esto efectivamente es así como parece, qué nos queda entonces? ¿Nuestras “sólidas” reservas internacionales? No tanto, porque esta semana se le evaporaron a Carstens alrededor de 10 mil millones de dólares y el peso cerró a 13 por uno, y no sabemos qué pasará la próxima. Recordemos que a Zedillo se le vaciaron las arcas entre el uno y el 19 de diciembre de 1994. Y Salinas de Gortari tuvo mucha culpa en ello.
¿Qué nos queda entonces? ¿Las remesas de los braceros? Tampoco: éstas cayeron más de 50 por ciento con respecto a 2007, y decenas de miles de migrantes vienen ya de regreso, sin perspectivas de trabajo, sin ahorros ni capacidad de seguir sosteniendo a sus familias. ¿Los excedentes de la venta del petróleo? Se ve difícil: los precios internacionales del crudo se desplomaron esta semana en forma tan alarmante que la OPEP se reunirá de emergencia para tomar medidas extraordinarias.
¿Podemos confiar, al menos, en los efectos refrescantes que tendrán en nuestra economía las utilidades de las empresas mexicanas que exportan a Estados Unidos? Desde luego que tampoco: Estados Unidos está prácticamente en recesión y, peor aún, se aproxima a una depresión, peor que la de 1929.
¿Qué, repito, nos queda entonces? ¿Los proyectos de inversión directa, las divisas que traerán los turistas? No, la respuesta es, una vez más, no: si los grandes bancos de inversión privada se hundieron, si la crisis en Europa, Japón y Estados Unidos obligará a millones a permanecer en sus hogares con una mano por delante y otra por detrás, tampoco podremos apostarle a los vacacionistas ricos.
Lo único que nos queda en estos momentos es el petróleo, y la capacidad de defenderlo, mediante la movilización ciudadana, para impedir que un grupo de oportunistas con disfraz de pingüino haga el negocio de su vida, abriendo “pequeñas” rendijas jurídicas en las leyes secundarias de la Constitución, de modo que tales agujeritos se conviertan en boquetes que poco a poco le permitan a Repsol, Halliburton, British Petroleum y otros piratas del Golfo robarnos la renta nacional de Pemex y la viabilidad del país.
Total, si esta vez, excep-cio-nal-men-te, las cosas no salieran como ellos calculan que van a salir para que México “viva mejor” ; si factores imponderables alteraran sus patrióticos planes y a la hora de la hora las petroleras de Bush y Cheney nos arrebatan mucho más de lo que ellos habían previsto; si por casualidad México se va a la quiebra, como se fue Argentina con el “corralito” siete años atrás, esos políticos, para entonces, tal vez habrán cobrado la ansiada recompensa que les tienen prometida, y si aquí la situación se pone insostenible, incluso para la permanencia de la actual caricatura de “gobierno”, huirán en sus aviones privados, a gozar de sus fortunas en paraísos secretos que siempre estarán disponibles para ellos, donde compartirán la nostalgia y el caviar del exilio con la íntima satisfacción de haber hecho lo que se les pegó la gana en contra del incierto futuro y las legítimas aspiraciones de todo un pueblo.
Para bien o para mal, sin embargo, todo indica que eso es justamente lo que van a tratar de hacer el martes. En la reforma energética, dijo Calderón anteayer, “deben prevalecer criterios técnicos, no políticos”. No debemos fijarnos, según esto, en los riesgos enormes que va a correr el país si lo despojan de su última fuente nacional de riqueza: debemos pensar en las transferencias de divisas que quizá ya estarán pendientes de firma en alguna parte del globo, esperando los cables de las agencias internacionales de noticias que anuncien la privatización de Pemex, la que “menos nos dividirá”.
La semana próxima la historia va a saber dónde y cómo habrá de escribir los nombres de Manlio Fabio Beltrones, Francisco Labastida, Gustavo Madero, Santiago Creel, Carlos Navarrete, Graco Ramírez, y detrás de ellos, Jesús Ortega, Guadalupe Acosta Naranjo, Ruth Zavaleta, Beatriz Paredes, Claudio X. González y, detrás de todos ellos, Carlos Salinas de Gortari.
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