Otra vez
Francisco Rojas
El Universal Martes 18 de marzo de 2008
Hace 70 años, el presidente Cárdenas expropió las instalaciones de las compañías petroleras extranjeras cancelándoles las concesiones otorgadas para explotar los hidrocarburos. La gesta se convirtió en un motivo de unidad de los mexicanos y en una bandera ideológica que hoy pretende ser arrebatada por otras fuerzas políticas.
Nuevamente estamos inmersos en un debate respecto al petróleo. Pretenden convencernos de las bondades de abrir a la inversión extranjera áreas reservadas a la nación para apropiarse de la renta petrolera, ofreciéndonos tesoros escondidos; eso sí, proclamándose defensores de la Constitución y la no privatización de Pemex.
Son conocidas las presiones que se ejercieron contra México con motivo de la expropiación. La Segunda Guerra Mundial salvó al país del boicot, pero el desmantelamiento técnico del organismo provocó que la producción tardara en recuperarse 10 años.
La privatización silenciosa de Pemex se ha venido cumpliendo lenta, pero firmemente. En la negociación del TLC se mantuvo la negativa a otorgar garantía de abasto, contratos de riesgo, libre importación de gasolina y gas y apertura de gasolineras extranjeras; en 1995 el préstamo de 20 mil millones de dólares (mmdd) se garantizó con la exportación de petróleo y la privatización de la generación eléctrica, los complejos petroquímicos y el gas natural.
En 1999, el precio del petróleo cayó a nueve dólares; el gobierno acordó con el FMI privatizar los ferrocarriles, la banca y los aeropuertos e intentó, sin éxito, abrir el mercado eléctrico; iniciaron el uso de los Pidiregas, favoreciendo a las grandes compañías internacionales y cedieron la dirección y administración de grandes proyectos.
Los contratos de servicios múltiples de Burgos, prácticamente ceden la dirección y explotación de los yacimientos; el contrato para mantener los ductos de PEP, sigue el mismo patrón y se intenta utilizar para el resto de Pemex.
Se pretende balcanizar al país creando Pemex regionales asociados con la inversión privada; intentos anticonstitucionales y atentatorios contra el Pacto Federal que podrían propiciar, por ejemplo, que Chiapas construyera hidroeléctricas y Baja California plantas geotérmicas para vender electricidad, y Durango no le proporcionara agua a Sinaloa.
Quienes han impulsado la privatización silenciosa la quieren abierta, ampliar campos de acción y quitar los alfileres de donde todavía pende el control de nuestros recursos energéticos.
Los que afirman que el Estado debe retirarse de los aspectos industriales y que Pemex únicamente exporte petróleo, desean la participación privada en refinerías y ductos para apropiarse del valor agregado en la transformación de los hidrocarburos y empezar a regalar nuestro mercado interno que costó 70 años crear y que comercialmente valdría 75 mil mmdd.
Podemos modernizar Pemex, sostener la producción y abatir la importación de petrolíferos con soluciones reales, sin fragmentarlo, sin ceder mercados ni compartir la renta petrolera, con una reforma energética factible, con visión de largo plazo, que nos permita la transición ordenada y gradual durante los próximos 30 años. Sería grave no hacer nada; los recursos existen, la tecnología está disponible y nuestros técnicos y trabajadores podrán con los desafíos, como lo han hecho anteriormente.
Hoy más que nunca son vigentes las palabras del general Cárdenas respecto a la expropiación petrolera: “es la acción más significativa de un país decidido a defender la soberanía sobre sus recursos naturales, frente a la incesante penetración de intereses extranjeros”. Posiblemente habrá que volver a expropiar Pemex de los intereses financieros externos e internos y rescatar para las generaciones venideras el usufructo de nuestros hidrocarburos. La gesta petrolera siempre ha sido motivo de orgullo, dignidad y unidad de los mexicanos. Hay que darle la oportunidad a Pemex y a los petroleros. Después de 70 años, no podemos declararnos fracasados.
Analista político
Hace 70 años, el presidente Cárdenas expropió las instalaciones de las compañías petroleras extranjeras cancelándoles las concesiones otorgadas para explotar los hidrocarburos. La gesta se convirtió en un motivo de unidad de los mexicanos y en una bandera ideológica que hoy pretende ser arrebatada por otras fuerzas políticas.
Nuevamente estamos inmersos en un debate respecto al petróleo. Pretenden convencernos de las bondades de abrir a la inversión extranjera áreas reservadas a la nación para apropiarse de la renta petrolera, ofreciéndonos tesoros escondidos; eso sí, proclamándose defensores de la Constitución y la no privatización de Pemex.
Son conocidas las presiones que se ejercieron contra México con motivo de la expropiación. La Segunda Guerra Mundial salvó al país del boicot, pero el desmantelamiento técnico del organismo provocó que la producción tardara en recuperarse 10 años.
La privatización silenciosa de Pemex se ha venido cumpliendo lenta, pero firmemente. En la negociación del TLC se mantuvo la negativa a otorgar garantía de abasto, contratos de riesgo, libre importación de gasolina y gas y apertura de gasolineras extranjeras; en 1995 el préstamo de 20 mil millones de dólares (mmdd) se garantizó con la exportación de petróleo y la privatización de la generación eléctrica, los complejos petroquímicos y el gas natural.
En 1999, el precio del petróleo cayó a nueve dólares; el gobierno acordó con el FMI privatizar los ferrocarriles, la banca y los aeropuertos e intentó, sin éxito, abrir el mercado eléctrico; iniciaron el uso de los Pidiregas, favoreciendo a las grandes compañías internacionales y cedieron la dirección y administración de grandes proyectos.
Los contratos de servicios múltiples de Burgos, prácticamente ceden la dirección y explotación de los yacimientos; el contrato para mantener los ductos de PEP, sigue el mismo patrón y se intenta utilizar para el resto de Pemex.
Se pretende balcanizar al país creando Pemex regionales asociados con la inversión privada; intentos anticonstitucionales y atentatorios contra el Pacto Federal que podrían propiciar, por ejemplo, que Chiapas construyera hidroeléctricas y Baja California plantas geotérmicas para vender electricidad, y Durango no le proporcionara agua a Sinaloa.
Quienes han impulsado la privatización silenciosa la quieren abierta, ampliar campos de acción y quitar los alfileres de donde todavía pende el control de nuestros recursos energéticos.
Los que afirman que el Estado debe retirarse de los aspectos industriales y que Pemex únicamente exporte petróleo, desean la participación privada en refinerías y ductos para apropiarse del valor agregado en la transformación de los hidrocarburos y empezar a regalar nuestro mercado interno que costó 70 años crear y que comercialmente valdría 75 mil mmdd.
Podemos modernizar Pemex, sostener la producción y abatir la importación de petrolíferos con soluciones reales, sin fragmentarlo, sin ceder mercados ni compartir la renta petrolera, con una reforma energética factible, con visión de largo plazo, que nos permita la transición ordenada y gradual durante los próximos 30 años. Sería grave no hacer nada; los recursos existen, la tecnología está disponible y nuestros técnicos y trabajadores podrán con los desafíos, como lo han hecho anteriormente.
Hoy más que nunca son vigentes las palabras del general Cárdenas respecto a la expropiación petrolera: “es la acción más significativa de un país decidido a defender la soberanía sobre sus recursos naturales, frente a la incesante penetración de intereses extranjeros”. Posiblemente habrá que volver a expropiar Pemex de los intereses financieros externos e internos y rescatar para las generaciones venideras el usufructo de nuestros hidrocarburos. La gesta petrolera siempre ha sido motivo de orgullo, dignidad y unidad de los mexicanos. Hay que darle la oportunidad a Pemex y a los petroleros. Después de 70 años, no podemos declararnos fracasados.
Analista político
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