Ciro Gómez Leyva
Mouriño-Díaz Ordaz, Mouriño-Echeverría
Al cumplirse una semana de la desafortunada aparición de Juan Camilo Mouriño para defenderse de la acusación de que hacía negocios siendo ya funcionario público, el secretario de Gobernación regresó a los medios para decir que lo que hizo fue legal.Sus asesores habían intentado atenuar la pena con el argumento de que no había irregularidad administrativa que sancionar, por lo que el dolor de cabeza se disiparía con unos días de reposo. Pero el daño político era grande y crecía. Anoche, en el noticiero de Joaquín López-Dóriga, Mouriño trató de frenarlo. Para ello echó mano, no de buenos argumentos, sino del discurso de guerra.En vez de aclarar las cosas o asumir alguna responsabilidad, culpó de todo a “quienes sólo quieren golpear”. Y de golpe, devolvió al gobierno de Felipe Calderón al 2006.¿Actuó por cuenta propia o con el consentimiento del Presidente de la República? Grave, lo primero. Mucho más, si fue lo segundo.Hace apenas 45 días, el presidente Calderón llevó a Mouriño a Bucareli para tener un secretario de Gobernación con mayúsuculas, pues Francisco Ramírez Acuña no había podido serlo. Calderón mandó el mensaje de que con Mouriño habría alguien al que más valdría tomarle las llamadas, como se le tomaban a Jesús Reyes Heroles o Manuel Bartlett.Pero quería un secretario de diálogo, acuerdos, paz. No imaginaba, claro, un golpe tan rápido y certero de López Obrador y el PRD. Calderón pareció quedar entonces ante tres posibilidades. Una, deshacerse de Mouriño. Dos, dejar que se convirtiera en Francisco Ramírez Acuña Segundo. Y tres, ir a la guerra, transmutarlo en un Gustavo Díaz Ordaz, en un Luis Echevarría, para que los adversarios sepan que a este gobierno no le tiembla la mano.Malos presagios.
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