domingo, 11 de marzo de 2007

Jornada: Radiografía de Slim


Carlos Slim y las acciones de filantropía que generan suspicacias


"No me importa lo que diga la gente"

DAVID USBORNE THE INDEPENDENT

Este lunes Carlos Slim anunciará una espectacular expansión de sus ya importantes actividades filantrópicas en México. El magnate planea dar a conocer nada menos que tres nuevas instituciones de beneficencia, que repartirán dinero en beneficio de la educación, el cuidado de la salud y la recreación para los más pobres. En un país donde casi la mitad de la población subsiste con el equivalente a dos dólares al día, esta iniciativa atraerá numerosos elogios.
Los donativos provenientes de fortunas personales son una práctica relativamente nueva en México -en contraste con Estados Unidos, donde la filantropía ha sido por mucho tiempo una actitud que suele esperarse de los más ricos-, y en años recientes Slim ha destacado en este rubro.
Sin embargo, el gesto del magnate ha despertado suspicacias y preguntas sobre sus motivos, pues este hijo de inmigrantes libaneses -poseedor de un extraordinario talento para los negocios- tiene un problema que requiere atención inmediata: su riqueza.
No es sólo el hecho de que Slim sea obscenamente rico, sino también que cada vez más personas se dan cuenta de ello. Peor aún: la gente ha empezado a percatarse de que su fortuna proviene del éxito que ha tenido al forjar gigantescos monopolios que difícilmente ayudan a la economía mexicana y a los consumidores del país.

Si a alguien tiene que agradecer Carlos Slim la publicidad en torno a su posición pecuniaria es a la revista Forbes, que esta semana lo ubicó en el tercer lugar entre los hombres más acaudalados del mundo, con una fortuna personal de 49 mil millones de dólares. Slim Helú se mantuvo en el mismo sitio del año pasado, pero con una diferencia sorprendente: su capital aumentó en 19 mil millones de dólares en un solo año.
Desde hacía una década nadie en el mundo había logrado un incremento tan cuantioso. Como se vea, su forma de acumular dinero es impresionante. Durante 12 meses su billetera acumuló alrededor de 2.2 millones de dólares... por hora. Su fortuna equivale a 6 por ciento del producto interno bruto (PIB) de México. A este paso, Slim pronto podría desbancar a los otros dos magnates que encabezan la lista mundial de los más ricos, Bill Gates, de Microsoft, y el inversionista Warren Buffet, que han acumulado, respectivamente, 56 mil y 52 mil millones de dólares.

El mexicano promedio no sabe qué pensar sobre el ascenso de Slim, de 67 años, quien luego de perder a su esposa Soumaya a causa de un padecimiento renal, en 1999, se ha convertido en el viudo más codiciado.
Icono de la concentración.

Por un lado, con cierto orgullo nacionalista, podría considerar que Slim contradice el estereotipo -que persiste al menos en Estados Unidos- de que México es un país de campesinos que exporta migrantes y lavaplatos mal pagados. Sin embargo, ese mexicano también tiene muchas razones para la indignación.

Slim es la quintaesencia del mayor problema social de México: la escandalosa brecha entre ricos y pobres. Hoy, la riqueza y el poder económico del país siguen concentrados en un reducido número de clanes, conocidos como "las 100 familias", aunque en realidad el número es un poco mayor.
Al igual que Slim, la mayoría de ellos vive en las Lomas de Chapultepec, un frondoso enclave de grandes mansiones detrás de elevados muros y cercas electrificadas al norte de la zona centro de la ciudad de México. Se trasladan en los más modernos autos importados; tienen guardaespaldas para protegerse del riesgo omnipresente de un secuestro y frecuentemente abordan aviones privados para hacer extravagantes viajes de compras a Estados Unidos.

La más reciente lista de Forbes es una panorámica de estas modernas dinastías mexicanas, donde destacan las cabezas de otras nueve familias dominantes, entre ellas los magnates de la televisión Ricardo Salinas Pliego y Emilio Azcárraga Jean; el barón de la plata, Alberto Bailleres; María Asunción Aramburuzabala, accionista de Grupo Modelo, y el productor de cemento Lorenzo Zambrano.

Todos se benefician del fracaso de sucesivos gobiernos en promover una competencia real en las principales industrias del país. Hoy sólo existen dos consorcios de televisión en México, cinco grupos de radioemisoras y dos compañías cerveceras -aunque ambas producen una gran cantidad de marcas-; además, sólo hay dos grandes empresas procesadoras de alimentos en el país.

"México está plagado de obstáculos a la competencia -declaró a Los Angeles Times George Grayson, especialista del College of William and Mary-. Aún está lleno de monopolios públicos y privados y cuellos de botella".

Icono de esta clase súper privilegiada, Slim también se ha convertido en el principal blanco de las quejas y la preocupación que genera la falta de competencia económica, problema que es más evidente en el sector de las telecomunicaciones, donde Slim es el emperador incuestionable.

Su camino a la opulencia se inició en 1990, en pleno furor privatizador del gobierno mexicano. Al frente de un consorcio de inversionistas, Slim se apoderó del control de Teléfonos de México (Telmex) mediante un acuerdo leonino que fijó un precio de venta de sólo 443 millones de dólares, que, según diversas estimaciones, equivalía a menos de dos tercios de su valor real. De inmediato Slim convirtió un pasivo generador de pérdidas en una verdadera fábrica de dinero, mediante la aplicación de tarifas que los consumidores, tanto públicos como privados, no tenían más opción que pagar.

Las constantes ganancias de Telmex permitieron a Slim hacer inversiones en otras empresas de comunicaciones, especialmente en el que ahora es el gigante de la telefonía celular en América Latina: América Móvil.

Hoy día, Slim y sus compañías controlan no menos de 90 por ciento de toda la telefonía de México y, en consecuencia, tiene muy pocas dificultades para cobrar las tarifas más altas, aun comparadas con las de cualquier país industrializado. A través de América Móvil, también ha enganchado a 72 por ciento de todos los clientes de telefonía inalámbrica del país, lo que ha levantado airadas quejas de quienes, en otras condiciones, serían sus competidores extranjeros, entre los que destaca Telefónica de España.

Después de haberse sometido a una cirugía de corazón en 2000, Slim cedió gran parte del manejo de su imperio a tres de sus hijos, Carlos Slim Domit, Marco Antonio Slim Domit y Patrick Slim Domit.

Pero el peso de Slim Helú sobre los negocios cotidianos de México no para ahí. Sus compañías concentran casi la mitad del valor de la Bolsa Mexicana de Valores, que asciende a 366 mil millones de dólares.

La ubicuidad de Slim ha llegado a tal punto que prácticamente ningún mexicano pasa un día sin dejar algunos de sus pesos arduamente ganados en los bolsillos del empresario, ya sea que llame por teléfono, se conecte a Internet, compre cigarrillos, contrate un seguro, solicite un préstamo hipotecario, coma en alguno de sus restaurantes o adquiera discos en alguna de sus tiendas. Si elige volar en su aerolínea de bajo costo, también estará aumentando su cuenta.
Muchas de estas compañías están patrocinadas por la compañía controladora de Slim, Carso, que también participa en proyectos de ingeniería pesada, con la construcción de plataformas de perforación para Pemex y carreteras. Esta red de intereses llega hasta Estados Unidos, donde recientemente adquirió una importante participación en la cadena de tiendas departamentales Saks Fifth Avenue, así como en la de artículos de computación CompUSA.

Por ello no sorprende que el incipiente gobierno de Felipe Calderón enfrente fuertes presiones para hacer que Slim compita. "Un país como México, con una distribución tan inequitativa de la riqueza, necesita una regulación mucho más estricta para promover más competencia", declaró hace poco el secretario de Economía, Eduardo Sojo, a la revista BusinessWeek.

Slim está plenamente consciente de los riesgos que implica una reacción violenta de la gente. No fue casual que durante las polarizantes campañas por la presidencia, el año pasado, astutamente evitara apoyar a Felipe Calderón o a su principal contendiente, Andrés Manuel López Obrador.
Aunque su instinto para los negocios normalmente se hubiera inclinado firmemente en favor de Calderón, existía la posibilidad de que éste pudiera perder. Más aún, durante años forjó una cercana relación con el ex jefe de Gobierno del Distrito Federal, donde Slim Helú invirtió millones de dólares de su propio dinero para revitalizar el Centro Histórico.

Luego de intuir que las tendencias políticas de varios países de América Latina apuntaban a la izquierda, Slim, casi en contra de sus instintos, ha buscado recientemente profundizar relaciones con diversos líderes políticos de esa tendencia.
El año pasado, abanderó un plan llamado el Acuerdo de Chapultepec, que hace un vago llamado a promover la inversión pública y privada para impulsar el desarrollo de América Latina a través de la creación de capital humano e infraestructura.

Si Slim busca evitar nuevas reglas de competencia, su mejor arma será su capacidad de dar. Sólo de esa forma podrá combatir lo que Denise Dresser, profesora del Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM), define como un creciente consenso público en que los intentos de Slim por bloquear la competencia perjudican a la economía mexicana. "El desea eludir esas críticas", señala.

En realidad, los empeños filantrópicos de Slim ya tuvieron un arranque impresionante. Sus inversiones en el Centro Histórico del Distrito Federal, un entramado de calles estrechas y edificios coloniales que rodea la Plaza de la Constitución y la Catedral Metropolitana, dejó de ser una zona de crimen rampante para convertirse en un oasis de turistas y artistas que, con rentas bajas, han convertido edificios vacíos en estudios, galerías, cafés y foros.

El dinero no se guarda bajo el colchón

Hasta ahora sus principales instrumentos de caridad han sido la Fundación Telmex, con un fondo de mil 200 millones de dólares, y la institución de beneficencia de su familia, la Fundación Carso. La primera ha donado 95 mil bicicletas a niños pobres para que puedan trasladarse a sus escuelas, casi 70 mil anteojos y becas para 150 mil estudiantes universitarios. Los nombres y las prioridades de las nuevas fundaciones se darán a conocer el lunes.

Pero los escépticos señalan que inclusive la generosidad de Slim responde a sus propios intereses. Por ejemplo, prevén que los artistas serán expulsados del Centro Histórico en cuanto lleguen inquilinos con más dinero. También han surgido críticas en torno a un programa para donar miles de computadoras portátiles a estudiantes para darles acceso a Internet... mientras usen una conexión de Slim.

Los dueños de monopolios suelen argumentar que su misión es crear prosperidad y empleos para todos. Es una realidad que no menos de un cuarto de millón de mexicanos percibe un salario en alguna de las empresas creadas por Slim. "El no guarda el dinero bajo el colchón -declaró recientemente su vocero, Alfredo Elías Ayub-. Lo invierte en empresas que están creando empleos y que crecen en el extranjero. Ojalá hubiera 10 o 20 como él".

A Slim tampoco parecen importarle mucho las opiniones de quienes cuestionan los motivos por los cuales intensifica sus obras de caridad. "No me importa lo que diga la gente", respondió a quienes cuestionan su programa de entrega de laptops. "Lo importante es que tanta gente como sea posible se conecte a Internet para que pueda ser más productiva. No estoy regalando dinero. Estoy canalizando recursos para tratar de resolver problemas lo más pronto posible".

(c) The Independent
Traducción: David Zúñiga

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