Mi lucha por hacer cine empezó a mediados de la década de los setenta, cuando llegaba a su fin el sexenio de Luis Echeverría. Había sido un buen gobierno para el cine. Rodolfo Echeverría, hermano del presidente, al frente del Banco Cinematográfico, apoyó a muchos directores jóvenes, como Felipe Cazals, Jorge Fons, Arturo Ripstein, Alberto Isaac, Sergio Olhovich, Gonzalo Martínez Ortega, etcétera.
Sin embargo, eso se acabó con la llegada a la dirección de Radio Televisión y Cinematografía de Margarita López Portillo, hermana del sucesor de Echeverría. Durante la administración de López Portillo el cine mexicano experimentó una depresión generalizada.
Yo empezaba mi carrera y esta crisis me llevó a una reflexión: era absurdo que la industria cinematográfica dependiera de los caprichos del gobernante en turno. Por lo tanto, como la exhibición en México no daba para la recuperación de las inversiones realizadas por los productores, era necesario hacer un cine que no dependiera del mercado local: un cine con proyección internacional.
Con eso como meta, encontré la historia de Gaby BrÍffimer. Una historia real sobre una mujer que nació con parálisis cerebral y que sólo podía mover el pie izquierdo. Sus padres, judíos provenientes de Austria, creían que ella, más que una retrasada mental, era un vegetal. Fue su nana indígena, Florencia, quien les hizo ver que Gaby tenía una inteligencia atrapada en un cuerpo.
Gracias a Florencia, Gaby llegó a la universidad, escribió poesía y terminó por escribir un libro con Elena Poniatowska. La vida de Gaby me conmovió tanto que dediqué ocho años a desarrollar el guión y a conseguir el financiamiento para poder realizar el filme. Después de 180 horas de antesalas, caí en la cuenta de que tenía que traducirla al inglés y buscar financiamiento fuera de México.
Esta película, aparte de los premios y las nominaciones, me abrió el camino en Estados Unidos. Mi sueño nunca había sido trabajar en Hollywood, sino poder hacer cine en México. Pero los excesos de una burocracia poco interesada en el arte me llevaron a Los Ángeles.
Viví en Estados Unidos 16 años, trabajé con grandes estrellas, hice varias películas (Pasión otoñal, con Susan Sarandon; Cuando un hombre ama a una mujer, con Meg Ryan y Andy García; Mensaje en una botella, con Paul Newman y Kevin Kostner, y Atrapada con Charlize Theron, entre otras). Finalmente, en 2003 llegó a mis manos un guión que me permitió cumplir con mi sueño de dirigir en México una película en español: Voces Inocentes.
Al terminar Voces Inocentes, yendo y viniendo de diversos festivales cinematográficos, me enteré del episodio del desafuero de Andrés Manuel López Obrador, que en 2004 estaba llegando a su clímax. Yo, la verdad sea dicha, no estaba completamente al tanto de lo que ocurría en la política mexicana. Siempre había rechazado esta actividad porque siempre había asociado a los políticos con corrupción e impunidad. Pero lo del desafuero me intrigó.
Me parecía simplemente increíble que un político mexicano fuese el blanco de tantos ataques, el objetivo de una embestida mediática tan fuerte. Me interesó saber quién era este hombre para merecer la ira de un poder invariablemente corrupto.
En ese contexto, una amiga de mucho tiempo, la productora musical de Voces Inocentes Lynn Fainchtein, me sugirió que buscáramos a Andrés Manuel López Obrador para plantearle hacer un documental sobre lo que estaba aconteciendo, un filme que empezara con el desafuero y culminara con la elección del 2 de julio.
López Obrador, contra lo que muchos pensaban, aceptó. Hablamos largamente en su oficina, y me cayó bien. Me impresionaron gratamente su sencillez y su sentido del humor. Esto sucedió el 30 de marzo de 2005, a dos días de que la Comisión Instructora de la Cámara de Diputados diera su dictamen sobre el caso del desafuero.
Mientras más conocía a Andrés Manuel, más me sorprendía. Como el hecho de que él no hablaba como el clásico politico retórico, sino como un humanista cuya única devoción es la gente de su país. Además, le creo. Si algo he desarrollado como director de actores es una especie de detector de mentiras. Como director cinematográfico, tienes que saber cuando un actor te miente, para que las actuaciones sean verdaderas. AMLO no sabe mentir.
Desde el primer encuentro que tuvimos advertí la existencia de un contraste tremendo, de un abismo, entre tantas supercherías que de él se decían -y se siguen diciendo- y lo que este hombre verdaderamente es. Cuando finalmente se llegó al proceso electoral presidencial, una vez superado el desafuero, para mí, como para millones de mexicanos, era evidente que nuestro país, por primera vez en muchas décadas, estaba ante la oportunidad real de tener un presidente honesto, incorruptible, completamente entregado a servir a su país.
El arranque de las campañas electorales no provocó que cesaran los ataques. Todo lo contrario, la guerra sucia creció en intensidad. Para mí estaba claro que era la honradez
de López Obrador, no su ideología, la razón principal de que sus adversarios insistieran en presentarlo, con la total complicidad de los medios de comunicación, como un peligro para México. Les espantaba comprobar con cada actuación de Andrés Manuel que éste, en la presidencia, no iba a ser otro cómplice de los que siempre han saqueado la riqueza del país.
Desde que me interesé en el desafuero observé cómo los medios, sobre todo la televisión, aunque aparentemente gozaban de mayor libertad que en los gobiernos del PRI, en realidad no informaban. La guerra sucia, a la que se prestaron casi todos los medios durante el proceso electoral, me llevó a alterar el plan original del documental. Aunque lo proyectado era difundir la obra después del 2 de julio de 2006, decidí que una parte del trabajo se diera a conocer antes de las elecciones. Ante la parcialidad de los medios de comunicación, consideré que tenía la obligación moral de ampliar la información que estaban recibiendo los ciudadanos, de tal forma que pudieran tomar una decisión inteligente el día de las votaciones.
En fin, en el video ¿Quién es el señor López? salió al mercado a principios de mayo y, contra todos los pronósticos, vendió más de dos millones de copias en unas cuantas semanas. Esto generó una participación ciudadana extraordinaria. Miles de electores respondieron a mi llamado y con sus camaritas amateurs filmaron numerosos episodios del proceso electoral. Mellegaron documentos muy importantes que serán parte de esta historia y de la historia de nuestro país. Lo único que lamenté fue que hubiera dejado de estar a mi lado la talentosa Lynn Fainchtein.
Si bien había un cerco informativo antes de las elecciones, éste se agudizó después del 2 de julio, y más todavía, después del 1 de diciembre de 2006, cuando Felipe Calderón tomó posesión. Creo fervientemente en la libertad. Creo que todas las ideologías existentes en una nación tienen el derecho de ser, de existir. Y esto significa, como condición indispensable para que florezca la verdadera democracia, que todas las voces se expresen en los medios de comunicación.
Desgraciadamente, lo que sucede en nuestra nación es que los que ocupan el poder, y la mayoría de los dueños de los medios de comunicación, han despojado de voz a cualquiera que no esté de acuerdo con ellos. No quieren que el pueblo de México esté informado, no quieren que se sepa qué pasó, qué pasa en el país. No quieren que se escuche otra voz que no sea la que los alaba. Esto no es democracia.
Y diría lo mismo si la izquierda en el poder se comportara de la misma manera con la derecha o con otras formas de pensar. N o creo en la tiranía, no creo en el totalitarismo. Creo en que habrá paz social cuando a través de la equidad y de la libertad de expresión, la ciudadanía pueda elegir a sus gobernantes. En 2006, en México, para millones de ciudadanos simplemente no hubo elección.
Es por esto, que he vuelto a escuchar el llamado de mi conciencia, de mi
Ésta es la pregunta que un nuevo documental, a estrenarse en la segunda mitad de 2007, tratará de responder. Es un trabajo de mucha gente entregada, en el que se muestra lo que sucedió y cómo sucedió. El objetivo es que la gente tenga más información sobre este episodio de la historia de México, para que cada quien se forme su propia opinión.
Estos años de nuevo en México me transformaron profundamente. He visto a millones de mexicanos entregarse a la lucha pacífica y comprometida por México. A pesar de que el país se polarizó tremendamente, también se arraigó en una gran mayoría la necesidad de una verdadera transformación del país. De ahí mi contribución con este documental.
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